Blog de Manuel Saravia

    42º

Las lluvias de abril traen también, en ocasiones, el arcoíris. Tiene que llover… o mejor: tiene que haber lluvia al fondo, y ha de estar el sol (o la luna llena) detrás de nosotros, muy bajo e iluminando con ganas. Y entonces, abriéndose un cono de 42º desde nuestros ojos (sí: 42, lo prometo), cuyo eje sería la prolongación de la línea que va del sol a nuestra nuca, se despliegan al fondo, en el manto de lluvia, un cúmulo de apretados círculos concéntricos de colores, de los que solo se ve la parte (un arco multicolor) que emerge sobre el horizonte.

En esos trozos de círculo, en ese arco, quizá algunos solo distingan 3 colores (creo que los griegos no creían ver más que tres: pobres); otros sabrán deslindar 5 (Séneca) y otros más dicen diferenciar 9 (juguetes Waldford). Pero en realidad hay una infinidad de colores, todos los que se quiera. Aunque nosotros, por costumbre, creemos ver 7 distintos. Así somos. Pero lo cierto es que entre todos ellos (y ahí está la gracia), sumadas todas sus luces y todos sus colores, forman la luz más intensa, la más diáfana, la luz blanca de la que proceden.

Es verdad que cada arcoíris es personal. No hay dos personas que vean el mismo arco. Pero a todos nos sirve el mismo cielo y la misma lluvia para la visión. Bien está. A ver si el año que empieza nos regala nuevos arcos (a 42º desde nuestros ojos), y no tenemos que verlos (como en los dibujos de marzo y en las tormentas del último abril) desde la ventana de casa. Feliz año.

(La imagen del encabezamiento es de Alberto Mingueza, de la serie “Valladolid, a vista de pájaro”, que se publicó en El Norte de Castilla el pasado 21 de noviembre).


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