Blog de Manuel Saravia

Ahora (1)

En medio de la crisis del coronavirus, ¿qué piensa la gente?, ¿de qué se habla?, ¿qué se lee? ¿Cuántos artículos, opiniones y tribunas habremos visto estos días? Decenas, cientos quizá. Y en ellos hay de todo. Aunque late un convencimiento compartido: “Esta vez es realmente diferente”. Muchos se dirigen a la defensa de la sociedad existente. En “Ahora es la hora”, por ejemplo, se dice: “Cuando despertemos de esta pesadilla no queremos encontrarnos en China. Queremos despertarnos en la misma sociedad abierta que tanto echamos ahora de menos”. Otros desatan fobias, pero también (y sobre todo) miedos. Miedo al miedo que vendrá (“el miedo está llamado a ser uno de los signos principales en que habremos de fijarnos cuando salgamos de este atolladero”). Miedo al poder del miedo,poderosa herramienta de dominación”.

Muchos ven la situación como una oportunidad para defender cambios profundos. Para “pensar lo insólito”. Aunque solo fuera para “repensar Europa (“Si ahora no, cuándo”). Hoy mismo escribe Pedro Sánchez: “Europa se la juega”. Pero dominan ideas con mayor alcance. “Génesis o Apocalipsis”, nada menos. Busquemos “el horizonte en medio de la crisis”. Porque desde “las ventanas de Facebook, Twitter, WhatsApp e Instagram, la gente decreta: el mundo no será nunca más el mismo”. Dejémonos infectar (se nos reclama) por “el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de los Estados-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación global”.

Y en ese rapto de reconsideración de todo, se abordan la mayor parte de los asuntos que estaban en la agenda el 1 de enero (falta alguno, pero están casi todos). Se habla de economía. Y se dice que “el mercado mundial ha entrado en ‘modo pánico». Que “el crecimiento de la economía mundial, estimado en un 3,3% para este año, podría verse recortado entre un 0,1% y 0,2% por el coronavirus”. ¿Solo? Hay quien asegura que “no está en juego crear un modelo económico, sino las medidas que se tomen”. Pero otros hablan directamente del fin del capitalismo: “¿Se derrumbará el capitalismo como un castillo de naipes?” Y se comentan medidas coyunturales (un ejemplo: “reconversión industrial acelerada para hacer frente al coronavirus”) o planes de contingencia, pero lo cierto es que todavía no se hacen muchas propuestas concretas por sectores. Queda pendiente abordar asuntos como el freno a la especulación y la corrupción, o la financiación decente, que ahora no ocupan los primeros planos.

Aunque en algunos sectores se empieza a ir al grano. En el sector eléctrico, por ejemplo, se dice que “podrá requerirse de una infraestructura de respaldo para garantizar el suministro, y (…) garantizar la sustentabilidad financiera y operativa del sector”. El sector financiero propone “activar parcialmente el colchón de capital y liquidez de la banca debido al impacto ‘significativo’ del coronavirus en la economía”. Por su parte, “las empresas tecnológicas pueden salir bien paradas”. De la industria o de la construcción no he leído propuestas de cambios futuros, más allá de cómo hacer frente al presente. El impacto sobre el turismo es dramático: “La llamada ‘industria sin chimeneas’ resulta una de las más afectadas con las limitaciones al movimiento de las personas”. Que también dañará gravemente a otros ámbitos “más dependientes de la cadena internacional de suministros (calzado y textil, alta tecnología y artículos del hogar, además de la industria automotriz”.

En todo caso, se enfatiza (como siempre en las crisis) en el papel de lo público. “El riesgo de colapso económico es real sin una intervención del sector público”. Se subraya que “a diferencia de la crisis de 2009, los gobiernos actualmente muestran una gran capacidad de respuesta”. Y se dice ahora que “todos somos ‘keynesianos’ en las trincheras”.

En Medio Ambiente las cosas parecen claras. La crisis va a afectar negativamente. Por de pronto: “El Pacto Verde Europeo empieza a ser cuestionado”. Sin embargo “la próxima pandemia es la crisis climática. La lucha contra el cambio climático debe ser una prioridad, y no una víctima de esta crisis”. Debemos, por tanto, olvidar “el síndrome de Casandra”. Y fomentar la resiliencia: “Resiliencia, la palabra de moda para combatir la pandemia”. Respecto al territorio, se dice que “hay un planeta ahí fuera, esperándonos: ¿cómo cambiará nuestra alimentación?” Y se propone la defensa (obvia) de la agricultura de proximidad. Si bien el Partido Popular Europeo ya ha aprovechado la situación de crisis para “pedir que se posponga el plan de ‘la granja al plato».

En urbanismo y ciudades se comparte, de entrada, el diagnóstico general: «La ciudad no volverá a ser la misma, y el uso y disfrute del espacio público y la relación entre las personas van a cambiar para siempre». Sin embargo, las propuestas que se plantean en estos días son poco significativas. Se piensa que sería bueno poder acotar áreas afectadas “sin perjuicio de las zonas colindantes ni de la propia vida de la ciudad”. Volver al debate de la vivienda mínima: “que todo el mundo tenga derecho a una vivienda mínima”. El papel de los balcones y las terrazas: «Cuanto más grandes mejor». El valor de la flexibilidad: «Espacios cambiantes, capaces de adaptarse a cada situación, hasta los más extremas». Y tras las medidas coyunturales sobre el alquiler, incentivar otras formas de tenencia: “las ventajas de los modelos de vivienda compartida, el tantas veces criticado cohousing. Entre sus múltiples virtudes está la resiliencia que proporciona a sus habitantes en situaciones como la actual”.

Se pone mucho énfasis (un aluvión de artículos) en la geopolítica. Vivimos “un terremoto geopolítico”. Que nos lleva a poner en cuestión lo global. “La globalización se ha convertido en el mejor aliado del coronavirus”; pues la sociedad global “está funcionando como un acelerador para su rápida distribución”. Se piensa que “las crisis globales exigen soluciones globales: ¿es hora de crear una Constitución mundial?” O también: “¿Puede el coronavirus salvar el planeta? Quizás… si es en clave del pluriverso”. Se analizan las tensiones entre EE UU y China, y se dice que “esta crisis mundial podría acelerar el reordenamiento del mundo. Es decir, el sorpasso de China a Estados Unidos”. Y ya hablamos más arriba de que está en juego el papel de Europa en el mundo. Como telón de fondo, África: “Vivir una pandemia, sin datos, en 52 países”.

Sobre democracia, gobernanza y política, se lee este titular: “La pandemia contra la democracia. No sufren y mueren tan solo las personas, sino que es la vida en libertad la que está en peligro”. Se insiste en el renovado protagonismo del estado-nación: “Un virus sin fronteras que reactiva el poder del Estado”. Y en nuestro caso, también la estructura autonómica. Algunos preguntan “qué parte de nuestro modelo autonómico no ha funcionado y cómo debería reformarse”. También se sospecha que “la sociedad civil lleva décadas cediendo ámbitos de responsabilidad no al Estado, sino a los gobiernos y partidos políticos”, y se entiende que “debe recuperarlos”. Y todo ello en unas semanas que han visto reaparecer con fuerza más fronteras. El cierre de fronteras. Se reitera el peligro del autoritarismo. “No, no estamos en guerra. Estamos en una pandemia. Eso es más que suficiente”. Porque «con las referencias a la guerra se abre el camino a un refuerzo de las posiciones autoritarias». Más aún: estamos en medio de “la tormenta perfecta del autoritarismo”.

Se plantean dudas sobre el significado del poder y el liderazgo. “La necesidad insoslayable de cerrar filas… no puede ser interpretada por el Gobierno como carta blanca para decidir y actuar en absoluta soledad”. Se habla (con varias formulaciones) de la necesidad de un pacto “de reconstrucción nacional”, ante los “efectos devastadores” del coronavirus. Pero también se dice que “el coronavirus podría radicalizar más a España». Y nos preguntamos por el papel de “la comunicación en tiempos de coronavirus”. Cómo preservar la “pluralidad y la calidad informativa”.

Se ha escrito mucho en estos días sobre sociedad y derechos. Amnistía Internacional alerta de que “ante la situación de crisis sanitaria (…), es vital que los derechos humanos se coloquen desde el principio en todos los esfuerzos de prevención, preparación, contención y tratamiento». Se habla de una nueva “imagen viva de la vecindad” en los balcones. De que “el aislamiento provoca hambre de contacto personal”. Porque “la soledad activa los mismos mecanismos cerebrales que la falta de comida”. Se advierte de la necesidad urgente de “cuidar la cultura”: Es imprescindible -se dice- “que el Gobierno proteja el tejido que permite a los creadores seguir trabajando”. Al parecer, es ahora “la hora de los filósofos”. Y algunos se preguntan, ante el asalto a la privacidad: “¿Salvar personas o controlarlas?” Porque se asegura que el comisario de Mercado Interior europeo “ha pedido los datos de localización de los usuarios de móviles a las operadoras”. Se insiste: “Hay que cuidar la privacidad, incluso en tiempos de pandemia”. Como también de que “muchos de los sistemas de control (…) castigan a los más pobres”.

Con amargura se lee que unos de los protagonistas de la pandemia son “esos molestos viejos vulnerables”. Pues “la pandemia hace que se establezcan nuevos parámetros para medir a los ancianos, que se convierten, de pronto, en una piedra en el zapato, porque son el segmento social más vulnerable al contagio”. Aunque también se les ve como “una clientela, y son cortejados como portadores de nuevas demandas de mercancías”. Con todo, algunos han creído ver este dilema: “O sacrificamos la economía, o sacrificamos a los viejos”. Otro de los temas a debate: la renta básica. «Necesitamos una renta básica para este momento: ahora hay que gastar primero y preguntar después». Y se ha hablado de la “emergencia laboral” y la necesidad de “deslaboralizar los derechos sociales”. Porque “es precisamente en tiempos de crisis cuando se hace más necesario garantizar un mínimo de derechos sociales a toda la población”. Se habla con insistencia en el teletrabajo, en el que tanto confían algunos. Y por supuesto, también se ve en peligro la igualdad: “Un efecto colateral de la pandemia será el debilitamiento de la agenda feminista».

Hay costumbres que se quieren modificar. Algunas tan sencillas como “evitar que circule el dinero en efectivo por considerarse una superficie de contagio”. Sobre las migraciones: la Organización Internacional para las Migraciones aseguró que las medidas que se toman para controlar el coronavirus están afectando a los migrantes de todo el mundo”. Los planes educativos se retrasan. Aunque quizá “el establecimiento de rutinas en estos días de aislamiento doméstico sea una oportunidad para contar con la opinión, la responsabilidad y el compromiso de niños, niñas y jóvenes”. Por último, se habla de los animales, que en algunos casos (cabras, jabalíes, osos, ciervos) han “invadido las zonas urbanas”, y en otros son tema de debate. Con dos estrellas: el perro, que da ocasión para el paseo; y el pangolín, al que se hace responsable de la pandemia.

Los servicios de salud están al límite. Actuando sobre la marcha (no hay manuales para lo imprevisto e inédito), aunque se proponen medidas para posibles casos futuros. Donde hay que resituar “el lugar de la ciencia”. Entre tanto, los ayuntamientos están volcados en las medidas sociales de urgencia, y en garantizar los servicios mínimos durante el confinamiento. Y han propuesto (en la FEMP) una serie de medidas, fundamentalmente financieras. Por supuesto, habrá mucha menos inversiones en los próximos meses. Pero lo cierto es que al hablar de todos estos temas que venimos comentando se plantea, de una u otra forma y con distintas perspectivas, la necesidad de pensar en “una recuperación responsable”. Pero, ¿qué es lo responsable? ¿Esperar?

Hay otros dos artículos, que aún no he citado y que me han parecido especialmente relevantes. Uno, de Byung-Chul Han, que nos dice: “Después de la pandemia, el capitalismo seguirá con más vigor todavía. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta”. O sea: todo va a ser igual. El otro artículo es de Javier Sampedro, y también es de la misma opinión: nada cambiará. Se titula (obviamente): “Contra el optimismo”. “Las tres grandes pandemias del siglo XX -dice- no cambiaron el mundo ni la doctrina económica”. Y concluye: “la actual tampoco lo hará”. Porque “la gente se olvidará del coronavirus, los daños económicos acabarán asumidos por las clases bajas y medias, la ciencia volverá a no importarle a nadie y la desigualdad intolerable seguirá medrando en unos sistemas económicos que ya estaban al límite de la maldad psicopática”. Sampedro lo expone de forma convincente, y parece creíble. Pero Byung-Chul Han, por su parte, abre otra puerta: “La conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno”. Es decir: aboga por una nueva versión de la “doctrina del shock”, enunciada hace algunos años por Naomi Klein.

¿Qué debemos hacer? ¿Esperar? En el panorama anterior se han retratado muchos de los debates actualmente abiertos. Y ninguno nos puede ser indiferente. Sabemos que hay que actuar unidos y apoyar. Eludir esa confrontación, que es “casi única en Europa”. Pues “los gobiernos y oposiciones de los principales estados del continente evitan la crispación en plena crisis, optan por la tregua y aíslan a la extrema derecha”. Pero ¿bastará con eso?

En los ayuntamientos hay mucho que hacer. No solo con medidas coyunturales o planes de contingencia. Sino también con propuestas y cambios de futuro. Inmediato, a corto, a medio y largo plazo. Derrida esperaba de la ciudad “lo que casi renunciamos a esperar del estado”. Porque puede tener más soltura en la acción. Pues empecemos. Hoy mismo, sin esperar a mañana. Sobre cada uno de los puntos tratados. Donde podamos defender o avanzar, hacerlo. Con planes de acción municipal. Coherentes. En defensa del estado social. Ahora.

(Imagen del encabezamiento, procedente de diario16.com/coronavirus-quedate-en-casa-y-todo-saldra-bien).

 


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