Blog de Manuel Saravia

En el aliento de las hojas

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP15) finalizó en Montreal (Canadá) el pasado 19 de diciembre de 2022 con un acuerdo histórico “para orientar las acciones mundiales en favor de la naturaleza de aquí a 2030”. Y en ese acuerdo se plantea, como “Objetivo A”, el primero, “mantener, aumentar o restablecer la integridad, la conectividad y la resiliencia de todos los ecosistemas, aumentando sustancialmente la superficie de los ecosistemas antes de 2050. Se detiene la extinción inducida por los seres humanos, y, para 2050, el ritmo y el riesgo de la extinción de todas las especies se reduce a la décima parte, y la abundancia de las poblaciones silvestres autóctonas se eleva a niveles saludables y resilientes”. Un acuerdo, es obvio, en favor de la Naturaleza.

Hay algo en esa forma de ver lo que debería plantearse que, según creo, puede resultar confuso. Pues da la impresión de que deberíamos trabajar por la Naturaleza, porque nos necesita. Y no es así. La Naturaleza se basta. En unos pocos siglos en que la dejásemos actuar sin interferencias, recuperaría todo su potencial dominador. El libro de Alan Weisman El mundo sin nosotros (Debate, 2007) nos presenta cómo podría ser ese panorama. Y la verdad es que resulta curioso pensarlo.

Al cabo de 500 años desde que desapareciésemos, lo que quedara de las casas que habitamos dependerá del entorno en que cada uno viviese. Si el clima era templado, “habrá un bosque donde antes hubo un barrio (…). Y entre los árboles, medio ocultos por el floreciente monte bajo, hay piezas de aluminio del lavavajillas y utensilios de cocina de acero inoxidable, con las asas de plástico partidas, pero aún sólidas”. Contamos, eso sí, con varias “ciudades fantasma” que pueden ilustrarnos sobre cómo sería el paisaje tras el abandono. Aunque levemente. Pues en todas ellas falta tiempo aún. “En los primeros años sin calor, por toda la ciudad estallarán las cañerías (…). Los edificios emitirán gemidos al expandirse y contraerse sus entrañas”.

Pronto los pararrayos habrán empezado a oxidarse “y los incendios producidos en los tejados saltarán de un edificio a otro”. En el plazo de dos siglos “los árboles colonizadores habrán reemplazado prácticamente a las malas hierbas iniciales”. La biodiversidad se incrementará “cuando los edificios se derrumben y caigan unos sobre otros”. Los pavimentos se abrirán. “Cuando los coches se hayan parado para siempre y en las fábricas se apaguen las luces” ya no se depositarán el plomo, el mercurio o el cadmio. “Sin embargo, aproximadamente durante los 100 primeros años, la corrosión activará periódicamente las bombas de relojería que habrán quedado en los tanques de petróleo, las plantas químicas y eléctricas”.

Algunos puentes resistirán. Pero otros, “sin humanos que los defiendan, se vendrán abajo”. Las ruinas de los rascacielos “se harán eco del canto amoroso de las ranas”. La aparentemente invencible cucaracha “habrá perecido congelada en los fríos bloques de pisos ahora sin calefacción”. Los depredadores salvajes “acabarán con los últimos descendientes de los perros mascota, mientras que habrá una astuta población de antiguos gatos domésticos, ahora salvajes, que perdurará alimentándose de estorninos”. Eso sí: “Entre los escombros de las instituciones financieras de Manhattan, literalmente colapsadas para siempre, quedarán unas cuantas cámaras acorazadas bancarias. El dinero de su interior, ahora sin ningún valor, estará a salvo, aunque lleno de moho”.

Digámoslo claro, una vez más: la Naturaleza no nos necesita. Por más que el acuerdo de la COP15 diga expresamente que se trata de “orientar las acciones mundiales en favor de la naturaleza” lo cierto es que habría que plantearlo exactamente al revés. Pues lo que se trata de evitar es que, por desatención a la Naturaleza quiebre la civilización. El acuerdo de la COP15 lo necesitamos por nosotros, los seres humanos. Por nuestra salud, por nuestra economía. Para poder cumplir nuestros derechos.

Pero también para atender a asuntos mucho más leves: para que las primaveras vuelvan a ser sonoras, polifónicas, dulces, vivas. Hoy hemos podido leer una entrevista a Esther Sebastián que nos pone alerta sobre esta misma cuestión: “Vamos hacia una primavera silenciosa en la que casi no hay sonidos”. Es así: los acuerdos de la COP15 son, precisamente, en defensa propia. La Naturaleza no necesita del canto de los pájaros. Pero nosotros, sin embargo, no podemos vivir sin él. Sin esa trova que alimenta los jardines. Yorgos Seferis decía esto mismo así: “Ruiseñor pudoroso, en el aliento de las hojas, / tú regalas la música rocío del bosque / a los cuerpos separados y a las almas / de quienes saben que no han de regresar”. Y finalmente leemos mejor la dedicatoria del libro de Weisman (El mundo sin nosotros): «En memoria de Sonia M. (…) desde un mundo sin ti».

(Imagen del encabezamiento: Interpretación del aria “Sweet Bird”, de Handel. Procedente de youtube.com).

 


Dejar un comentario