Blog de Manuel Saravia

Austeridad

Una de las víctimas colaterales de la crisis ha sido la palabra austeridad. Con lo que nos gustaba, ha quedado hecha unos zorros y ya no sabemos si decir que queremos ser austeros o que preferimos que lo sean Trichet, Draghi y sus respectivas familias. Es verdad que en origen significaba “áspero”. Y qué vas a esperar de la aspereza: “dureza en el trato, falta de amabilidad”. Todo encaja, por tanto.

Y sin embargo hemos de combinar la crítica a las políticas llamadas de austeridad (gobernar en beneficio de “los mercados”, recortando el gasto “cuando debería estar aumentando; y el resultado es una depresión en camino de ir a peor que la de los años treinta”: Paul Krugman, “Rechazo a las políticas de austeridad”) con la recuperación y fortalecimiento de la vinculación de esa palabra con la mesura y la economía, y su contraposición habitual al despilfarro y los derroches.

Por cierto: no está de más recordar que esas decisiones «austeras» del Banco Central Europeo se toman a unos pocos metros del posiblemente más horrible monumento de toda Europa, como es el monumento al euro de Frankfurt. Quien es capaz de levantar ese monumento al euro ha traspasado una línea a partir de la cual ya está desinhibido para hacer cualquier cosa.

Pero volvamos a lo nuestro. Y recordemos lo que decía (hace ya años) Ivan Illich en La convivencialidad, un libro que se centra precisamente en la idea de que la austeridad no solo es conveniente, sino absolutamente necesaria para una vida en común «que no degrade las relaciones personales». Allí promueve la austeridad para quienes quieren vivir “dentro de lo que el idioma alemán describe como Mitmenschlichkeit” (según el diccionario: humanidad). “Porque la austeridad –continúa- no tiene la virtud de aislamiento o de reclusión en sí misma”; sino que por el contrario, como al parecer sugería Aristóteles, “la austeridad es lo que funda la amistad”. No está mal.


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