Blog de Manuel Saravia

El bello arte de la gentrificación

Desde hace al menos un par de décadas se viene hablando de la gentrificación (horrible término) como uno de los procesos clave en la reestructuración de la ciudad contemporánea. Si hemos de creer en la importancia de los títulos, el artículo de Rosalyn Deutsche y Cara Gendel Ryan titulado “El bello arte de la gentrificación” (en El mercado contra la ciudad, 2015) lo clavó. Un arte, no cabe duda. Y el reciente libro de Jorge Sequera (Gentrificación. Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano, Madrid, Catarata, 2020) lo vuelve a analizar, a la luz de los trabajos publicados en estos años.

Para concretar (todas las citas son de Sequera): “La gentrificación es la expulsión de gentes, prácticas y saberes de su territorio, a través de distintas prácticas del capital público y privado”. Está claro. Habitualmente tiene lugar en áreas urbanas populares cuya renovación está íntimamente ligada “a la especulación inmobiliaria, el desplazamiento de la población más humilde y la conversión en zonas de moda frecuentadas por un alto capital económico y/o cultural”. Y se trata de una gestión “que se oculta bajo conceptos tan ambiguos como regeneración, revitalización o renacimiento”. Creo que está claro. Y todos sabemos localizar procesos de ese tipo en las ciudades que conocemos, visitamos y vivimos.

Lo primero es “una desinversión previa en infraestructuras (sociales y urbanas)”. Luego, buscar la complicidad del arte, de la creatividad (“The fine art of gentrification”). Por supuesto, no vale cualquier emplazamiento: pues una buena ubicación “significa dinero”. La regeneración debe diseñarse “para que las clases medias y altas vuelvan a tomar el centro de la ciudad”. Pero no nos engañemos. En Londres, los “gentrificadores” del barrio de Hackney, por ejemplo, “eran lectores de The Guardian, votantes laboristas y de orientación ideológica progresista”. Que valoraban “la presencia de la clase obrera, pero sin interactuar con ella: el valor reside metafóricamente en una especie de decorado social”. Se quiere la vida nocturna, la “studentification” (Erasmus). Se habla también de la gentrificación turística (“el turismo no es más que la mercantilización de la experiencia cultural”).

Y se recuerda un trabajo de hace ya tiempo de Peter Marcuse (1985), en el que se indicaban (ya entonces) las “falacias sobre las que se apoyan las políticas públicas para explicar el abandono y posterior gentrificación”. Que si “el abandono es inevitable y las políticas públicas no lo pueden revertir”. Que si “la gentrificación mejorará la calidad de las viviendas, revitalizando áreas a través de la iniciativa privada”. Que si “la gentrificación es la única solución viable para los barrios abandonados, al convertirlos en deseables”. Vaya. Pasan los años, pero no los discursos, que se ven enormemente jóvenes. Discursos de fuerte calado en la opinión pública, que los sigue legitimando con frecuencia.

“Ante un barrio con deficiencias, con una población empobrecida, con ciertas tasas de delincuencia, inseguridad, trafico de drogas, hacinamiento, despoblamiento, envejecimiento, economía informal, desempleo, etc., el mercado privado y su potencial de inversión, de embellecimiento y de revitalización económica de aquello en lo que invierte aparece como la mejor solución posible para gran parte de la ciudadanía, e incluso para muchos de los vecinos. Aunque muchos de los vecinos afectados puedan sufrir desplazamientos en las diferentes etapas de este proceso, las coaliciones público-privadas apoyan estas medidas bajo el discurso del éxito de la regeneración urbana”. Así estamos (con la música de fondo, eso sí, de “la fábula de la ciudad creativa”).

(Imagen: Fotografía del escenario de Cinema Usera, procedente de la tesis doctoral de María del Rosal Carmona, El proceso de gentrificación en España, Escuela de Arquitectura de Madrid, 2017, en http://oa.upm.es/47410/1/TFG_ROSAL_CARMONA_MARIA.pdf).

 

 


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