Blog de Manuel Saravia

Besos bajo la lluvia

He dudado entre dos temas. “Cantando bajo la lluvia” es el más conocido y alegre, y expresa bien lo que querría decir: “Con la que está cayendo” (la frase más repetida en estos días, y no precisamente por los chubascos), cantar es más que nunca necesario. A pesar de todo. Pero bajo esa misma tormentosa lluvia (menudo aguacero) pudiéramos advertir también otras propuestas. Como “Besos bajo la lluvia”, un tema compuesto por John Pizzarrelli en 2000, que nos entrega el título que necesitábamos. Lo de la lluvia es fijo en cualquier caso. Pero ya bien empapados, chorreando, ¿cantar o besar? ¿Gene Kelly o Audrey Hepburn? Finalmente me he quedado con el último título para el post, y ahora mismo intentaré explicar por qué. ¿Sabré hacerlo? (no lo tengo claro).

Estamos mal. O por mejor decir, estamos fatal. Ciertamente nos va a dar algo. Nuestro mundo se desmorona y Rajoy no da una a derechas (¿he dicho a derechas?). Mucha gente, vecinos nuestros, familiares, ¡nosotros mismos!, estamos mal, muy mal. Incluso si no estamos mal porque, por ejemplo, somos funcionarios (todo llegará: preparáos, funcionarios, Rajoy se ha quedado con vuestra cara), tenemos sentido de culpa por estar medio bien cuando tanta gente se encuentra mal o muy mal. Qué desastre. Suele admitirse que sólo cuando se han resuelto las necesidades básicas (comer, vestir, la educación de nuestros hijos e hijas), puede empezar a pensarse en otras cuestiones “superiores”. Es la pirámide de necesidades de Maslow, y también dijo algo parecido Aristóteles (este tío era un fiera): “Las expresiones de lo cabalmente humano surgen cuando está resuelto todo lo relativo no sólo a la subsistencia, sino también al ornato de la vida, es decir, resuelto lo que hoy denominaríamos dignidad del entorno, empezando por la propia casa”. Vale, Aristóteles, tómate algo.

Hace algunos días, semanas ya, leí un texto del filósofo de cabecera (tener médico de cabecera es importante, pero filósofo de cabecera es imprescindible), Víctor Gómez Pin, sobre el día a día de la crisis. Advertía de que entre las muchas catástrofes de la actualidad había que tener en cuenta también la que nos lleva a la “mutilación de la capacidad de simbolizar” de la gente, de que las medidas económicas “apagan el alma de los ciudadanos”, y entendía la necesidad, “como exigencia política”, de restaurar “la pregunta sobre la esencia de la condición humana y la tarea que respondería a tal condición”. ¿Mande?

Decía Gómez Pin (un Aristóteles de Barcelona) que subsistir es mucho, pero no es todo. Decía que no podemos consentir que desaparezca de nuestro horizonte “el objetivo de fertilizar y desplegar las facultades de razón y de lenguaje” que nos hacen ser lo que somos. Que no podemos abandonar “los proyectos emancipatorios de la modernidad (…), la concepción del ciudadano que tenían los griegos”. ¿Un diletante grecolatino, nuestro Víctor? No lo creo. Permítanme estropearlo un poco más, y dejarlo ya completamente en evidencia, si no ha quedado aún en una posición dificilísima. Pues continúa diciendo (en un artículo de El País de finales de marzo) lo siguiente: “En el momento en el que se critica con demagogia la existencia de subvenciones para los teatros líricos no es ocioso recordar que en la Grecia que mantenía abismales jerarquías sociales, los ciudadanos con menos recursos recibían una ayuda para que pudieran asistir a las representaciones trágicas, señalando así la frontera que les separaba de los esclavos, excluidos del teatro, como signo terrible de que la condición de esclavitud deshumaniza, de ahí el imperativo absoluto de abolirla en sus formas encubiertas. Tragedia versus esclavitud, cabría decir. Toda forma de esclavitud, impide al ser humano tanto la lúcida asunción del conflicto trágico inherente a su condición como reconocer en sí mismo la exigencia de conocimiento desinteresado, eso que algún político presenta como propio de exquisitos ociosos”. Y Gómez Pin remata: “La tesis que estoy defendiendo es muy clara: esa disposición de espíritu que conduce al arte, a la ciencia y a la filosofía es algo de lo que nadie puede hallarse radicalmente privado sin verse amenazado en su humanidad”.

Buff. Nos lo has puesto difícil, Víctor Gómez Pin de Barcelona. Pero te seguimos queriendo: “Por eso es tan urgente –continúa- denunciar las teorías pragmáticas que presentan como único bien al que colectivamente podamos aspirar la posibilidad de que alguna disminución de la amenaza laboral alivie un tanto el ofensivo terror al que los trabajadores se ven sometidos. Es simplemente insoportable que la polaridad entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia. El tiránico orden social que posibilita tal cosa no es in-humano (sólo los humanos son susceptibles de forjar prisiones físicas o espirituales) sino literalmente des-humanizador, una máquina para impedir que los humanos seamos cabalmente tales”.

Lo diré de otra forma, si me lo permites. Entre las cosas más miserables de la miserable crisis que nos atenaza está la de llegar a pensar que con comer nos basta. Y no nos basta. Somos mucho más que un plato de lentejas. Separados lo que queráis. Pero juntos muchísimo más. Vuestro odioso planteamiento, señores de la miseria humana, se funda en el hambre de nuestros hijos. Pero, lo sentimos mucho, la ópera es nuestra. El arte es nuestro. Lo mejor de la filosofía es nuestro. Y no os lo vamos a entregar bajo ningún concepto. Bajo la lluvia cantaremos, no os quepa ninguna duda. Pero también, y sobre todo, nos besaremos en el aguacero. Muá, muá. Entreteneos, mientras tanto, con alguna marcha militar. Que nosotros preferimos, mientras tanto (sí, he repetido mientras tanto), cantar a la luna.

(Imagen: Un fotograma de Desayuno con diamantes, por supuesto. Y gracias a Carlos Gallego por ponernos en la pista de Jane Monheit y John Pizzarelli).


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