Blog de Manuel Saravia

Cabinas en la calle

Para el Pleno del próximo martes se ha presentado una moción sobre los quioscos de la ciudad, como elementos caracterizadores del espacio urbano que desde hace tiempo se encuentran en dificultades. Pero pocos se acuerdan ya de las cabinas telefónicas. De cuando no había móviles. Quizá solo Stevie Wonder. Sin que un proceso (las cabinas) tenga que ser necesariamente como el otro (los quioscos), no está mal, para preparar el terreno del martes, recordar hoy el devenir de las primeras. Pues de unos y otras se pone en cuestión su papel y su futuro. Y aunque no tienen, obviamente, ni el mismo significado ni caracterizan de la misma forma el espacio urbano, ambos elementos han sido durante décadas protagonistas de calles y plazas. Vayamos, como decimos, con las cabinas.

Eliminación de los teléfonos fijos del paisaje

Que contaban con una singularidad. Pues hasta hace bien poco existía la obligación legal de mantener un número determinado de terminales telefónicas en la calle para garantizar la prestación del denominado “servicio universal de telecomunicaciones”. De manera que se debía cumplir la ratio establecida por ley, que creo que era de una cabina por cada 3000 habitantes (nunca hemos tenido tanto número en Valladolid). Una obligación que debía cumplir Telefónica SAU, el operador encargado de esta prestación (Orden ECE/3/2020 y Ley 9/2014, de 9 de mayo, General de Telecomunicaciones. Luego, el Real Decreto 1517/2018 lo modificó).

En nuestra ciudad, tras comprobarse recientemente por el Departamento de Patrimonio del Ayuntamiento de Valladolid el estado de todas las cabinas que quedaban (con la colaboración de la Policía Municipal), el 28 de mayo de 2021 se requirió a Telefónica que reparara las cabinas deterioradas o que no funcionaban. Y pocas semanas después (en junio) ésta respondió informando de las limpiezas y reparaciones que se habían realizado, adjuntando ficheros con el estado de cada una de las cabinas existentes (82 terminales de teléfonos públicos, en total), incluyendo fotos de antes y después de la actuación.

Pero echemos la vista algo más atrás. Aunque en otros países ya se habían instalado varias décadas antes, en España se fueron disponiendo cabinas telefónicas desde 1961 (en Madrid) hasta 1968. Las llamadas que se hacían en ellas se pagaban con fichas, luego directamente con monedas y después con tarjetas prepago. Primero eran cerradas (las cabinas grises), que se fueron sustituyendo por módulos abiertos. Y que no solo servían para llamar. En el imaginario popular se acumulaban también otros usos, además de los que podríamos llamar básicos. Incluso el básico de refugio o el inquietante de encierro. En la actualidad el Gobierno ha decidido excluir las cabinas del servicio universal de telecomunicaciones, tal como figura en la nueva Ley General de Telecomunicaciones (Ley 11/2022, de 28 de junio). Por lo que al entrar en vigor esta ley las cabinas han dejado de estar en nuestras calles (muchas ya se han retirado).

Pero si hay un lugar donde las cabinas telefónicas (denominadas kioscos) han marcado el paisaje urbano, ha sido en Londres (y en toda Gran Bretaña). Proyectadas por Giles Gilbert Scott en 1924, son uno de los “iconos de diseño” más reconocibles del país. ¿Cómo han evolucionado después, en la época de los teléfonos móviles?

“Clásicas cabinas telefónicas rojas británicas”

Estamos hablando de decenas de miles de cabinas. Ya en desuso, la compañía BT (British Telecom), su propietaria, se planteó fomentar su reciclaje. Solo de una parte, es cierto. Pues más de la mitad fueron pronto desmanteladas. Pero el resto se vende. El plan Adop a kiosk permite la adquisición de una cabina por una libra (1,14 euros) si se destina a algún proyecto vecinal. Para uso privado, y según el estado del artefacto, el precio se encarece. Se dice que más de 6.000 cabinas han sido ya adjudicadas y que unas 4.000 están pendientes de adopción. Entre los nuevos usos hay de todo. En muchos casos se trata de soluciones únicas, extraordinariamente singulares.

Si bien algunas fórmulas han resultado muy populares. Como la del vergel (llenarla de plantas y enredaderas que entran y salen por las ventanas). O los desfibriladores (la asociación Community Heartbeat Trust ha adoptado más de mil cabinas para alojar en ellas desfibriladores). También se han montado servicios de café. Otros han adquirido un buen número para alquilarlas como paneles publicitarios. O para intercambio de libros (en A Coruña y Madrid también se han construido “bibliocabinas”, como variante del crossbooking). O como una minigalería en la que se exponen miniaturas procedentes de una galería cercana. Servicio de ensaladas. Ducha de playa. También se cita el caso de Brighton, donde se dispusieron dos cabinas para la venta de gafas de sol (una) y de sombreros (la otra), en una fórmula que se extendió después a otros lugares. Otras funcionan como cajeros automáticos. O como centros de información para viajeros (en Málaga, de forma similar, se planteó también en una cabina una zona de carga para móviles y una pantalla táctil de información). O pequeñas oficinas (con impresora, teléfono, Wi-Fi y conexiones USB). Pero lo cierto es que siguen quedando muchísimas vacías, que nadie «adopta», en las que, se cuenta, «se acumula basura y apestan». En un estado lamentable.

No es fácil reconvertirlas. Es cierto que la reutilización de objetos en desuso parece siempre, en principio, una buena idea. Pero cuando el diseño es tan específico, con dimensiones, forma, ubicación, etc. tan características, tan propias, la mayor parte de las soluciones resultan forzadas y no son generalizables. La historia de las cabinas da cuenta de esas exigencias de su diseño y de su relación con la vida de la ciudad. De lo que durante décadas fue hablar por teléfono desde la calle. Un uso tan peculiar que hace que su reutilización parezca, no siempre pero con frecuencia, que violenta excesivamente el objeto, su función y la propia disposición en la calle, para aprovecharlo malamente. Y que podamos pensar muchas veces (salvo excepciones) que un mueble urbano tan característico merecería un mejor (o quizá menos ridículo) destino.


(Imágenes de arriba: diversas reutilizaciones de cabinas de teléfono británicas. En el encabezamiento, cabina telefónica modelo Garza AG de la calle Pedro Muñoz Seca, en el barrio de La Rondilla. Foto de J. Tajes, para El Día de Valladolid, publicada el 18 de abril de 2016).


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