Blog de Manuel Saravia

Carne y tripas: un maridaje imbatible

Esta semana hemos asistido atónitos a un cruce de declaraciones, tuits y bromas de todo tipo sobre un asunto nada banal: los efectos del excesivo consumo de carne en la salud y el medio ambiente. No hace falta repetir lo que se ha dicho, oído y leído. Pero por de pronto hemos de convenir que si lo que pretendía el ministro Garzón era que tal debate llegase lejos, no ha podido hacerlo mejor. De hecho, Pedro Sánchez ha tenido que cambiar 8 ministros para que “el lío del chuletón” pasase a segundo plano.

Eso sí. Al margen de que las declaraciones más sonoras de los presidentes de algunas comunidades (“en Madrid se dicen muchas tontás”) contradigan la política de salud de sus propios consejeros. De que el presidente de Castilla y León anuncie una campaña “para incentivar el consumo de carne” (¿quién da más?). O de que la ministra Darias haya intentado evitar que la Comisaria de Salud europea recomendase, con intención inequívoca, una dieta “equilibrada”. Al margen de los numerosos tuits supuestamente graciosos. O de Revilla, no sé si más gracioso que maleducado (“las hamburguesas sintéticas que se las coma él”). Al margen de todo eso, digo, lo peor, lo más desasosegante es el fondo común que alienta todas esas declaraciones despectivas: la remisión a las tripas con que se ha querido zanjar el debate.

Porque cada vez se plantean más asuntos a base de tripas. Lo cual, según creo, es nefasto. Cuando se alude a la satisfacción (“es imbatible”) de comer un buen chuletón al punto, cuando se lleva a la ansiedad por una en absoluto planteada por nadie pérdida de empleos del sector ganadero, o cuando se promueve la irritación porque se vaya a sustituir la carne por “filetes de plástico” nos situamos en la misma familia de las vibrantes polémicas del “Madrid nos roba” (te roban, amigo, ¿no vas a hacer nada?); o del “Si voy a la última discoteca, lo hago porque me da la gana. Y elegimos dónde, a qué hora y con quién. Vivo así. Vivo en Madrid y por eso soy libre” (libertad o sumisión, que no decaiga el sentimiento de soberanía).

Y de tantos otros debates simplificados hasta la caricatura. Por no hablar de otros temas locales en los que, por ejemplo, se pretende excitar agravios comparativos (¿Somos menos que Murcia?). ¿Tan difícil es plantear los asuntos con cierto grado de complejidad y con voluntad de acercarnos a respuestas razonables, con datos y argumentos, sin tener que recurrir a eslóganes emocionales y provocativos que nos hagan de pronto sentirnos agredidos, menospreciados, burlados?

Sabemos que las tripas mueven montañas. Y efectivamente, muchas veces lo consiguen. Pero cada día está más claro que también son la pieza favorita de la política-gourmet. Buena digestión, Revilla y compañía.

 


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