Blog de Manuel Saravia

Carta del martes

Estimados amigos y amigas,

Cuando todos los candidatos y candidatas nos comprometemos a defender el mismo programa, que además dedica un capítulo completo al buen gobierno (los borradores elaborados hasta ahora recogen, en germen, un buen programa, detallado y participado), no ha de resultar fácil discernir las propuestas específicas sobre la forma y actitud de gobierno de cada candidatura. Y por si fuera poco, el código ético de Toma la palabra nos marca un camino muy definido.

Pero lo cierto es que siempre ha de haber un margen de confianza en el buen hacer del futuro alcalde o alcaldesa. Pues por mucho que se determine en las asambleas, los cargos públicos no se reducen a la función de portavocía. De ser así, mejor sería que lo llevase un profesional de la comunicación. Por eso no está de más señalar algunos rasgos que, en mi opinión, deberían poseer los ediles municipales.

1. Convicción en los principios. Y especialmente en los principios políticos de que se pretenda hacer gala. Esto es obvio, pero nunca sobra mencionarlo. Por de pronto implica tener palabra, cumplir la palabra dada. La ciudad es una construcción colectiva de los diferentes actores de la ciudadanía, y quienes ocupen cargos públicos han de tener claras las prioridades. Y expresarlas. Y con ello es esencial, en mi opinión, dejar también claro desde el primer momento que no todos los objetivos deseables son equivalentes. Veamos un ejemplo: ¿Merecería un alto desembolso público la defensa de un derecho básico, aunque solo afectase a una sola persona y la ley solo obligase a “crear las condiciones favorables para su ejercicio” (la vivienda, por ejemplo)? Según el compromiso público con los derechos y la respuesta dada, la claridad de las convicciones.

2. Confianza en el trabajo en equipo. Lo cual supone apoyo mutuo, cooperación y, en cierto modo, militancia. De tal forma que, si todos los implicados colaboran activa y solidariamente al trabajo conjunto, acaba resultando difícil discernir las aportaciones individuales. Que, llevándolo más lejos, permite sentirse parte de un amplio equipo que se despliega en el Ayuntamiento y en la calle, favoreciendo lo que algunos han denominado “pensar en plural”. Pero que quedándonos en la administración nos lleva al compromiso de asumir responsabilidades políticas de los fiascos de la administración, renunciando expresamente a cargar todas las culpas, siempre y en exclusiva, a los técnicos.

3. Convencimiento de las ventajas de todo orden que ofrece la participación pública (en todas sus formas: regladas, por invitación, por irrupción, o incluso bajo otras formas sutiles como las sugeridas por Argan o Castoriadis). No es deseable, pero ni siquiera es posible en nuestra sociedad compleja, que el gobierno pretenda (como hace el PP) asumir él solo el papel de productor de resultados de impacto ciudadano, y relegar al conjunto de la ciudadanía a la esfera de lo privado y al papel pasivo de clientes consumidores de bienes y servicios.

4. Predisposición al diálogo. Lo que supone el respeto por los demás, especialmente por los adversarios y por quienes nos planteen conflictos. Es verdad que algunas ideas no son respetables, pero las personas sí lo son, en todos los casos. Y además es bueno que haya conflictos. “La gran aportación de la política democrática es que no escamotea el conflicto, sino que lo canaliza para evitar la arbitrariedad; no pretende erradicar el poder (lo que sería sospechoso), sino proporcionar espacios adecuados para un ejercicio efectivo de la discusión pública, para favorecer un pluralismo posible” (Chantal Mouffe). Buscar, por tanto, el diálogo con mentalidad abierta. “Tendemos a dividirlo todo entre carcas y progres, y eso hace imposible el diálogo. Hay temas que la sociedad estaría dispuesta a discutir pero nos dividimos de entrada. Y sin diálogo no hay democracia (Adela Cortina).

5. Una buena combinación de nervios (o dicho de mejor forma: tensión) y tranquilidad (o dicho en términos clásicos: prudencia y templanza). Sin tensión no hay vida. Pero la actuación sin medida también la frustra. La prudencia es ante todo la virtud que nos asegura el sentido de la realidad. Y en este sentido me gusta recordar lo que decía Camus sobre la mesura en El hombre rebelde: “La mesura es una pura tensión (…) La rebelión es la mesura y ella la ordena, la defiende y la recrea (…). La mesura, nacida de la rebelión, no puede vivirse sino mediante la rebelión. Es un conflicto constante, perpetuamente suscitado y suscitado por la inteligencia. No triunfa ni de lo imposible ni del abismo”.

6. Frente al espectáculo de la política, el protagonismo colectivo. En mi opinión, no buscamos líderes. La idea del liderazgo, proveniente de la jerga empresarial, se vincula a las “habilidades gerenciales” que poseen algunas personas (los líderes) para influir en otras bajo su influjo, haciendo que trabajen con entusiasmo en el logro de determinadas metas. ¿Queremos ese juego? Creo que no. Y menos aún si los líderes se dedican a la sobreexposición mediática y al espectáculo. Todo lo contrario: se trata de revitalizar los espacios sensatos del debate político.

Muchas gracias también hoy. Hasta mañana.


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