Blog de Manuel Saravia

Cierto tipo de modestia

Richard Sennett, ese sociólogo tan necesario, defiende en su último libro (Construir y habitar. Ética para la ciudad; Anagrama, 2019; original de 2018) “cierto tipo de modestia” en la construcción de la ciudad. Es genial. El libro concluye explicando la Kantstrasse, una calle larga, ancha y recta del Berlín “occidental”, que “atraviesa una zona más elegante, en torno a la Savignyplatz, pasa después a ser el centro de la comunidad asiática de la ciudad y finalmente se transforma en la calle principal de una sección de la vieja clase obrera de Berlín”. Una calle, dice, que “parece condensar la ética de la ciudad”. ¿Por qué?

Aunque no muy apreciada por los “jóvenes modernos”, es una calle viva, con carácter. Donde viven muchas personas solas. Pero “a pesar de ser una calle poblada de tanta gente solitaria, la impresión que se tiene no es de desolación, pues hay actividad comercial y social. Los residentes del barrio se relacionan con los extraños, pero manteniendo las distancias. Están “cerrados emocionalmente”. Kant diría que está llena de “ciudadanos universales”, cosmopolitas. Es decir, de gente que se ha vuelto “indiferente a la diferencia”, con la consecuencia práctica de que puede practicar la tolerancia. Porque son conscientes de que no existe una única verdad.

Recuerda Sennett los argumentos contra las políticas que se basan en la identidad, y específicamente en la identidad racial. Alude a Hannah Arendt, y dice que “su opinión sobre el dominio público depende del lugar: un ágora en la Atenas antigua, una Piazza en la Siena medieval, una cafetería en el Upper West Side de Nueva York, cualquier lugar en el que grupos diferentes pueden hablar cara a cara”. Los encuentros en el denso centro urbano “no producen verdades arrolladoras o estables”. Lo que ella reclamaba (lo denominaba “natalidad”) era “un esfuerzo por rehacer la vida con los otros, por renacer, de acuerdo con su léxico, como un proceso de comunicación e interacción inacabable”. La vida debe rehacerse constantemente. Y así, “el trabajo de construir una ciudad entraña rupturas y quiebras”. La reconfiguración.

“La Kantstrasse es abierta de forma. De día se utiliza de manera sincrónica, en la medida en que verdulerías, proveedores de comidas, hospitales y restaurantes se mezclan en los edificios que bordean la calle (…). También aparecen adaptaciones en el uso de los espacios debajo de las vías del ferrocarril en Savignyplatz”. Aunque es abierta en su forma, la Kantstrasse “no nació abierta como resultado de una cooperación entre urbanista y urbanita”. Tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial se controló estrictamente su desarrollo.

Pero luego el lugar ha cobrado vida independientemente de las intenciones de su autor. Ningún urbanista de los años 60 “previó la llegada de asiáticos a la calle”. Pero “las propias formas adquieren con el tiempo la capacidad de autogestión; no se limitan a las intenciones de sus autores originales”. Con el tiempo, devienen formas abiertas. Rebosan carácter debido a “sus irregularidades”, a sus “estructuras incompletas”.

Esos procesos de “permitir la informalidad”, o de volverse “hospitalarias con la diversidad” son procesos que los planificadores pueden contribuir a que se produzcan. Porque el problema del urbanismo suele ser “el empecinamiento que establece incluso la manera en que las formas habrán de evolucionar. La conexión ética entre el urbanista y el urbanita reside en la práctica de cierto tipo de modestia, en vivir entre muchos asumiendo el compromiso con un mundo que no es el espejo de uno mismo. Vivir entre muchos hace posible, en palabras de Robert Venturi, la riqueza de significado antes que la claridad de significado. Esta es la ética de una ciudad abierta”.

(Imagen del encabezamiento: “Die Brücke für die Stadtbahn überquert die Kantstraße“. Autor: Bodo Kubrak. Fecha: 28 de abril de 2017).

 


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