Blog de Manuel Saravia

De piscina en piscina

Unas notas para hablar y pensar (sí, por ese orden) sobre la nueva ciudad que vamos construyendo. Especialmente sobre el papel de los nuevos sectores de nueva urbanización (nuevas calles, nuevos parques, nuevas casas, nuevas dotaciones y servicios). Y sobre el nuevo sentir que se asocia a estos espacios: la explosión de la individualidad.

Aunque se titula, efectivamente, La España de las piscinas (Arpa, 2021) y en él uno de los capítulos centrales se encabeza como “De piscina en piscina”, el libro de Jorge Dioni López se refiere más bien a la conocida expresión de Ikea: “la república independiente de tu casa”. Porque se dedica a describir y analizar el modelo de ciudad dispersa que se basa en la exarcebación de la vivienda propia, como fundamento del orden urbano. Cómo son los nuevos sectores que se asocian a la burbuja inmobiliaria de la primera década del siglo. Con calles rectas, rotondas, centros comerciales, todos los edificios parecidos. Los nombres de las calles seriados. Y tipologías con jardín y piscina (esta última, a veces de la comunidad, a veces individual).

En ellos vive “gente que fue a EGB” (o sea jóvenes), y que en ocasiones se califica como “clase media aspiracional”. Donde disfrutan de “una vida dulce y amable”, en la que “se habla poco de política”. Con cinco elementos definitorios: 1) Segregación: pues son “territorios urbanos insularizados por vías de comunicación”. 2) Homogeneidad: con “casas idénticas que albergan gente similar en cuanto a edad, renta disponible, ropa o aficiones”. Donde se vive, por tanto, “sin otros”. 3) Seguridad: ya que, aunque “la seguridad es adictiva, nunca hay bastantes cámaras”. Pero aquí se siente, más que en otras zonas, “la sociedad de la vigilancia”. 4) Familiarismo: estos espacios son “un buen lugar para criar a los hijos” en el que “los padres son los preparadores. Hay que vigilarlo todo, el barrio, el colegio, la salud, la formación, las actividades extraescolares, etc.”. 5) Cochismo: la movilidad como centro de todo, cuando “los medios de transporte están en la génesis de la ciudad dispersa”. “Autopía”. Una ciudad pensada, en principio, para la movilidad privada. Y por último, un rasgo más: “propietarismo”.

Como digo, el libro se centra en el espacio de “suelo urbanizable”, de planes parciales o de PAUs (de ahí que a veces se denominen pauers a sus habitantes) desarrollados en las grandes ciudades o en los municipios de su entorno próximo. Como quiera que el autor ha vivido en Valladolid, comenta bien el caso de esta ciudad y las extensiones de Arroyo, Zaratán, Laguna o Tudela, etc. Todo lo cual lo relaciona con el voto en las elecciones generales, el “cinturón naranja” de abril de 2019 (los nuevos barrios que votaron mayoritariamente a C’s), y que después, en noviembre del mismo año, subió de color (como en el judo).

El autor insiste en el “efecto frontera” (“cómo afecta a la visión del mundo de una persona llegar a un lugar en el que apenas hay servicios y donde, por tanto, hay que buscar soluciones individuales”). Lo que se ejemplifica en este artículo (“El Madrid de las piscinas pide institutos”) y en este otro, de algunos meses después (“Lo público siempre llega tarde a los nuevos barrios de Madrid”). Se recuerda que “el urbanismo crea ideología”: un modelo económico basado en la desigualdad, “consolidado en la desconexión de las clases sociales”, en el “sálvese quien pueda”. Un modelo de opciones individualistas que confían en la competición y en las soluciones personales para cuestiones colectivas (como la seguridad, la salud o la educación), que no llevan a “cambiar el modelo hacia la solución colectiva, la comunidad”. Porque la comunidad se disuelve “a través de lo que podríamos llamar la sociedad dispersa».

En las últimas décadas ha habido varias propuestas urbanísticas dirigidas a contrarrestar los efectos de la negatividad de la ciudad dispersa. Por de pronto, las propuestas que se enfrentan directamente: el proyecto de “ciudad compacta”, basado en densidad, continuidad, mezcla de usos y movilidad sostenible. También tuvo cierto eco la idea de “nuevas centralidades”, en espacios periféricos. Mucho más antigua, la teoría de las “unidades vecinales” en torno a los centros escolares. El ferrocarril de cercanías, como medio de transporte que evita coches; o, más completo aún, el proyecto de “transit-oriented development” (TOD), en el que se proponían usos centrales en las estaciones de transporte público (tren, metro, bus). En cierto modo, las macromanzanas también apuntan hacia la racionalización de la movilidad de nuevos espacios. Como la exigencia de prever plazas centrales de reunión en todos los sectores. Y otras propuestas más, que tienden hacia el mismo objetivo.

Pero, obviamente, ninguna de estas técnicas es bastante. Cuando “todo se transforma en una competición de individualidades” en que se basan los nuevos desarrollos, hay que ver hasta qué punto es ese modo de vida individualista la causa profunda del malestar. Rüdiger Safranski (en Ser único, Tusquets, 2022) hace distinciones. Porque una cosa es ser individualista del “sálvese quien pueda” (olvidando la comunidad), y otra favorecer la singularidad de cada persona. Por de pronto, dedica el libro a un amigo, “una persona única, como hay que ser”. Como hay que ser. Y aunque sabemos que “los humanos rara vez piensan por sí mismos”, porque “más bien piensan en grupos” (lo dice Harari), ser un individuo significa “ser capaz de mantener la distancia y, llegado el caso, renunciar al asentimiento de otros”. Es decir: pensar y actuar por sí mismo.

El libro de Safranski, presenta el «desafío existencial” de un amplio repertorio de personajes históricos (básicamente artistas, filósofos y filósofas que han ido buscando por su cuenta esa singularidad existencial). Diderot (“el soberano no necesita a nadie más”), Stendhal (“¿qué es el yo?: ni idea”), Kierkegaard (y su campaña individual contra la iglesia estatal de Dinamarca), Stiner (que quería permanecer “propietario de sí mismo”), Hanna Arendt (“el pensamiento es una conversación dentro del alma”), Sartre (del existencialismo individualista al comprometido), Ricarda Huch (la única persona que se manifestó contra la Academia de arte nacionalsocialista en 1933). Aunque a veces esa singularidad lleva al endiosamiento. Como en Leonardo (menudo idiota, que para subrayar su singularidad necesitaba despreciar a los demás: “Letrinas llenas, es todo lo que queda de su paso por la tierra”. Al parecer, él no llenaba las letrinas. Lo dicho, un orgullo despiadado y despreciable).

Con todo, “nunca como hoy la sociedad ha estado tan pegada al individuo, (que) penetra con sus fantasmas digitales en cada rincón del alma”. Incontables plataformas surgen hoy para hacer presentaciones individuales en las redes. Es verdad que hay que corregir el urbanismo de la España de las piscinas. Pero resolver también, en el centro y en la periferia, en la dispersión y en la comunidad, “la tensión entre la búsqueda de la soledad y el espíritu gregario”. Sabiendo que “nunca es demasiado tarde para la puerta que da acceso a la individualidad singular de cada uno”. Para pensar por nosotros mismos.

(Imagen: procedente de belbex.com/detalles/urbanizacion-ciudalcampo; San Sebastián de los Reyes).


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