Blog de Manuel Saravia

Fuera del orden del día

El libro de Éric Vuillard, El orden del día, es extraordinario. Narra el papel de la industria alemana en el ascenso del nazismo, que comienza en la reunión del 20 de febrero de 1933 de veintitantos grandes empresarios (“los sacerdotes de la gran industria alemana”) en la residencia oficial de Göring para comprometerse en la financiación del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán ante las elecciones de 1933. Allí, fuera del orden del día, se decidió la creación de un fondo de 3 millones de marcos para soportar los gastos electorales del Partido Nazi. Y Vuillard cuenta la historia “hurgando en los detalles”, porque “la verdad está dispersa en cualquier tipo de polvo”.

Podemos imaginarnos a “Gustav Krupp, sentado en primera fila, que se pasa el guante por el rostro rubicundo, gargajea religiosamente en el moquero, está acatarrado. Con la edad, sus finos labios comienzan a dibujar una fea medialuna invertida”. Vaya. Por fin, Hermann Göring, “tras mascullar unas palabras de bienvenida”, va al grano. «Señores, acaban de escuchar al canciller Hitler, queremos una victoria en las elecciones del 5 de marzo para estabilizar la economía de Alemania, erradicar a los comunistas y opositores y reprimir a los sindicatos para restaurar el poder del empresario». Ahí estaban Krupp, Opel IG Farben, Telefunken, Bayer, BASF…

El autor recibió, por esta publicación, el Premio Goncourt 2017. Es impactante. Unos califican la historia como un alegato “contra la vileza y la resignación”. Otros hablan de “una farsa trágica”. Y alguno más lo ve como “un relato que desvela el mecanismo del mal”. La verdad es que el relato es sobrecogedor. Con unos personajes ridículos, grotescos, pero suficientes “para el mal”. Que se las componen para promover una propaganda que fue capaz de transformar el ridículo “atasco de panzers” de marzo del 38 en un “convoy de carromatos de circo” para el espectáculo en Viena de la anexión de Austria. Una inexistente guerra relámpago se convirtió en un circo. Pero era suficiente. ¿Quién necesita más verdad? Vuillard da vida a unas reuniones, unas cenas, unos diálogos… Escuchemos a Göring: “Estoy tomándome un café. Los pájaros trinan. Puedo oír en la radio el entusiasmo de los austriacos». Y responde Ribbentrop: “Es maravilloso”. (Se expuso así, literal, en el juicio de Núremberg). Qué conversaciones, dios mío. Qué miseria.

También se recoge en el libro el dolor de aquellos días. “Justo antes del Anschluss -la anexión de Austria- se produjeron más de 1.700 suicidios en una sola semana”. “Por la tarde, Leopold Bien, funcionario, de 36 años, se arrojó por la ventana. Se desconocen las causas de su acto”. Y exclama el autor: “Esa pequeña apostilla trivial nos llena de vergüenza. Porque, el 13 de marzo, nadie puede desconocer los móviles de todos ellos. Nadie. Además, no debe hablarse de móviles, sino de una sola y misma causa”.

Y finalmente, llegamos al cinismo sin fronteras. Porque aquellas industrias de la reunión del 33 tuvieron una gran compensación. La guerra les resultó muy rentable. Utilizaron mano de obra de Mauthausen, Buchenvald y otros campos. Pero pasaron la derrota como si no fuese con ellas. Podemos ver a esos mismos industriales en la actualidad. “Las mismas gafas con montura de oro, las mismas cabezas calvas, las mismas caras sensatas que en la actualidad (…). No pensemos que todo esto pertenece a un pasado lejano”. Vayamos, por ejemplo, a la web del grupo Thyssen-Krupp. Allí hablan de flexibilidad y transparencia. Pero nada de que apoyasen activamente a Hitler. Nada. Nada de los trabajos forzados. Qué bien. Qué bonito todo.

Con todo, con el dolor de la memoria, lo peor es esto: “Siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor”. Y no puedo dejar de imaginarme algunas reuniones que pudieran darse hoy. Por ejemplo, del mismísimo Trump. Con Rusia o con Israel. Pero también otras cenas y bonitos encuentros que pudiera haber desarrollado en torno a, por ejemplo, el Green Deal (el Pacto Verde), y el boicot de los Estados Unidos.

Es verdad que las declaraciones públicas de las empresas norteamericanas han sido favorables “a la acción contra el cambio climático en los Estados Unidos”. Pero ya en junio de 2017, Trump anunció que Estados Unidos no implementaría el Acuerdo de París. Y el 21 de enero de 2020 instaba al mundo a “ignorar a los profetas de la fatalidad”. ¿Podría posicionarse así él solo, sin la connivencia de otros poderes empresariales suscrita fuera del orden del día, en cualquier reunión de camaradas? No lo creo. Y, la verdad, no puedo dejar de imaginármelo “junto a los árboles muertos de la orilla, con su gabán de color negro, marrón o coñac”, acudiendo a cualquiera de esas citas tenebrosas en que, fuera del orden del día, se trate, una vez más, “del inaudito triunfo de la desfachatez”.

(Imagen: https://www.thyssenkrupp.com/de/unternehmen/quartier)

 


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