Blog de Manuel Saravia

El aburrimiento es divertido

Se dice que en el aburrimiento está el origen de lo que nos pasa. Para bien o para mal. Al menos de una buena parte de lo que nos pasa. Porque los dioses se aburren. Y todo dios también. Y hacemos y hacen cosas raras para evitarlo. Se comenta, de hecho, que Dios (con mayúscula) creó el mundo porque se aburría. Que habiendo concluido la Creación (con mayúscula), el sábado se aburrió más que nosotros en algunos sábados. Y nos hizo.

Desde ese día consideramos el aburrimiento bueno y malo a la vez. Bueno, porque nos abre a la creatividad, a imaginar y construir mundos. Malo, porque nos puede hundir en la depresión (si no hago mundos soy un dios fallido). Aunque hay quien observa (con razón) que lo verdaderamente importante no es el aburrimiento en soledad (una cuestión que puede ser simple o existencial, depende), sino en compañía. “Lo terrible es aburrirse con otra gente” (Milena Busquets).

Desde aquel día (el primer sábado) distinguimos las cosas aburridas de las interesantes. O mejor: de las divertidas (interesantes, pero además alegres y festivas). Y nos pusimos a calificar todo desde esa perspectiva. Por ejemplo, las ciudades. Hay listados de las más divertidas (la que más: Chicago; la segunda, atención, Oporto) y de las más aburridas (Bruselas, Zúrich, Canberra, Osaka, Brasilia). Estas últimas, al parecer, porque son “demasiado planificadas”, o con poca vida nocturna, o porque las playas quedan lejos… Grandes argumentos, sin duda. No son aburridas porque lleven a la ansiedad o la melancolía, sino porque no parece que vayan a darte muchas sorpresas o que dispongan de usos excitantes. Vaya.

También hemos sido capaces de distinguir, desde entonces, la política aburrida de la divertida, o al menos de la medianamente interesante. Por un lado nos encontramos con discursos aburridísimos (ya en la Biblia, por cierto) que no conectan con nadie porque ni siquiera lo pretenden (algunos prototípicos: Solbes, Rajoy). Por otro lado, tuits de infarto, uno detrás de otro, que se expresan a gritos o plagados de mayúsculas, buscan el trending topic como sea, y no tienen nada de aburridos (un ejemplo insuperable: Trump. Pero también: “La política en Hungría es fascinante, todo lo contrario a aburrida”).

Es cierto que podemos encontrar un buen número de declaraciones en favor del espectáculo en la política porque permite identificarse a la ciudadanía más fácilmente con los programas. Pero también pueden leerse otras muchas opiniones recomendando el aburrimiento (también llamado, en ocasiones, previsibilidad) porque -dicen- “la buena política es aburrida”. Como puede verse, por ejemplo, en los países nórdicos, donde habitualmente “no pasa nada”. También podríamos traer aquí el reciente artículo de Cibrán Sierra (“En defensa del aburrimiento”), en el que se entiende que “es imperativo, por nuestra propia salud y por nuestro bienestar colectivo, empezar a poner barreras, desde la práctica política y la acción cultural, a este alud suicida” (el ritmo frenético de nuestros días).

En cualquier caso creo que vendría bien, por último, recordar el impagable proyecto de la Internacional Bostezante, fundada por Luigi Amara y algunos de sus (cansadísimos) amigos. Una asociación no muy dinámica, desde luego, que pronto se frustró. Pero que dejó un bonito decálogo, un manifiesto que comenzaba así: “Un bostezo genuino, en el momento oportuno, no deja de tener su dinamita”. Y no seré yo quien les contradiga.

(Imagen: carteles de acceso a dos municipios, uno escocés -Dull, que significa Soso, Aburrido, 2.050 habitantes-, y otro de Oregón -Boring, que también puede traducirse por Aburrido o Soporífero, 7.700 habitantes-. Ambos se hermanaron, lógicamente, en 2012. Imagen procedente de elimparcial.com).

 

 


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