Blog de Manuel Saravia

El librito que es un síntoma

Tenemos ganas de libros así, de eso no hay duda. En el fondo de nosotros mismos (como dice Ignacio Ramonet) arde una indignación por el estado de las cosas del mundo que tiene que reventar por algún lado, salir a presión de alguna forma. El viejo Stéphane Hessel (estoy convencido de que le gusta el adjetivo viejo) se esfuerza por decirlo en pocas palabras, e intenta acertar en las expresiones. Pone como música de fondo los ideales de la Resistencia, que actúa de trasfondo permanente del librito (Indignez-vous!, Indigène éd., Montpellier, 2010). No vamos a resumirlo, pues es muy breve y muy accesible (barato, y puede descargarse de la red en varios idiomas: hola, Sinde).

Baste recordar (desordenadamente) alguna de las dianas hacia las que dirige su indignación: los medios de comunicación, “en manos del poder del dinero”; la dictadura de los mercados internacionales; la brecha entre ricos y pobres, la desigualdad creciente entre los que no tienen nada y los que tienen todo (“Los muy pobres del mundo apenas ganan dos dólares al día. No puede admitirse que esta diferencia se haga aún más profunda. La constatación de este hecho debería suscitar por sí misma un compromiso”); la avidez como norma moral; el trato que se da a los “sin papeles”, a los gitanos, a todos los inmigrantes; Palestina: “Hoy mi principal indignación concierne a Palestina, la franja de Gaza y Cisjordania”; el consumismo; el desprecio hacia los humildes; el desprecio hacia la cultura; la amnesia generalizada; la competencia “a ultranza de todos contra todos”.

Pero a pesar de que azuza la rebelión, se cuida mucho de enmarcarla bien, de evitar el descontrol violento. Es partidario de una “insurrección pacífica”, y dice: “La violencia da la espalda a la esperanza. Hay que preferir la esperanza de la no-violencia”. Valora la resistencia en sí misma, como acto creativo: “Crear es resistir, resistir es crear”.

Con todo, lo más interesante, lo que le ha llevado a esa inmensa difusión, es, en mi opinión, más que su contenido, el hecho mismo de escribirse y publicarse. El hecho de aparecer un librito cargado de enfado, de irritación, de un sentimiento de menosprecio y humillación que el autor cree compartir con la mayor parte de la población. Y es que para que un anciano de 93 años apacible, con una vida plena, densa y rica, con unos recuerdos satisfactorios, aparezca tan defraudado con el mundo de hoy, algo debe ir muy mal en él. Cuando alguien como Hessel se dedica a escribir panfletos que dicen a los jóvenes: ¡Despertad, indignaos! ¡Estad atentos! Cuando advierte: “¡No transijáis jamás con vuestros derechos!”, es que la deriva y la frustración han llegado a ser demasiado profundas.

(Imagen: Palestina, en la web de http://www.sodepaz.org/palestina)

 


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