Blog de Manuel Saravia

El tábano del caballo perezoso

Hay un capítulo del libro de Martha C. Nussbaum Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (Katz, Buenos Aires, 2010) especialmente interesante. Es el que se refiere a “la importancia de la argumentación”. Todo el capítulo recae (no debería extrañarnos) sobre el pensamiento y los razonamientos de Sócrates. Sobre la importancia de la reflexión y el argumento frente al sometimiento acrítico a la tradición y la autoridad, pues “la capacidad de argumentar constituye, como lo proclama Sócrates, un valor para la democracia”. Advierte la autora que ese ideal socrático de una democracia que se aleja de la retórica acalorada y escéptica en favor de la “argumentación por sí mismas” de las personas “se encuentra en graves dificultades en un mundo decidido a maximizar el crecimiento económico”.

Es cierto que ese capítulo del libro se dirige fundamentalmente a apoyar unos métodos pedagógicos que estimulen la capacidad de la argumentación crítica, que se considera en grave riesgo cuando “la riqueza personal o nacional sea el núcleo de los programas curriculares”. Pero es evidente que no se trata de un problema únicamente educativo. Y que es necesario hacer un gran esfuerzo por argumentar bien todas las propuestas de relevancia pública que se planteen desde la administración, evitando cualquier pretensión de influenciar ventajosamente a la población con retóricas conmovedoras, pero falaces.

Recuerda un viejo caso relatado por Tucídides sobre los sublevados de Mitilene. Bajo la influencia de Cleón, que habló del honor mancillado, la asamblea ateniense votó por matar a todos los hombres de la ciudad de Mitilene y esclavizar a las mujeres y niños. En consecuencia Atenas envió una nave para cumplir esa decisión. Pero al día siguiente Diódoto, otro orador, calmó a los atenienses, pidió clemencia y los persuadió. De manera que se envió otra nave para detener a la primera. “En lugar de un efectuar debate razonado –dice Nussbaum- los atenienses dejaron en manos del azar un asunto de gran importancia, que representaba muchas vidas”.

(La historia completa es muy curiosa, y está en Wikipedia. Al parecer, cuando se decidió enviar un segundo navío a Mitilene para anular la orden de ejecución del día previo los representantes mitileneos en Atenas ofrecieron a la tripulación de la nave una gran recompensa si llegaba a tiempo para evitar las ejecuciones. “Remando día y noche, durmiendo por turnos y comiendo frente a sus remos, la tripulación del segundo trirreme consiguió recuperar la ventaja de un día del primer barco y llegar a Mitilene en el preciso momento en que Paques estaba leyendo la orden inicial, con lo que se logró impedir su aplicación”. Eso sí: no se ejecutó a todos los hombres de la ciudad, pero sí a casi un millar de “supuestos cabecillas”, sin juicio alguno. Vaya con la clemencia ateniense).

Pero sigamos con nuestra argumentación sobre la argumentación. Pues (regresamos también con Nussbaum) la irresolución suele estar compuesta “por cierto grado de sumisión a la autoridad y ante la presión de los pares, problema éste que resulta endémico en todas las sociedades humanas. Cuando se pierden de vista los argumentos, las personas se dejan llevar con facilidad por la fama o el prestigio del orador, o por el consenso de la cultura de pares”. Importa, en cualquier caso, atender a la naturaleza de la argumentación. Y no vernos permanentemente entre “bandos contrarios” incapaces de tratarse mutuamente de manera respetuosa. “Cuando uno piensa que el debate político es una suerte de torneo deportivo cuyo objetivo es anotar puntos para el bando propio, es probable que el ‘bando contrario’ aparezca como un enemigo al que se desea derrotar e incluso humillar”. Y así es imposible pensar en la búsqueda de algún punto común. “Eso sería como pedirle a un equipo de hockey que negociara con su rival”.

Se incluye al inicio del capítulo una cita de la Apología de Sócrates, donde Platón escribe lo siguiente: “Yo (…) asignado a la ciudad por el dios, como a un grande y noble caballo, perezoso a causa de su tamaño y necesitado de ser despertado por una especie de tábano”. Según nos cuenta su discípulo, Sócrates se imaginaba la democracia como ese caballo al que había que aguijonear con argumentaciones, más o menos como las que él mismo ofrecía. Pues vamos a ello. Tábanos del Pisuerga en marcha.


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