Blog de Manuel Saravia

escribiendo…

Lo del wasap es realmente extraño. Supongo que no tardaremos mucho en admitir que se trata de un mecanismo extraordinariamente primitivo. Ahí estamos, escribiendo malamente un ¿Whatsapp, wassap, wasap? con los deditos, letra a letra. Acosados por un corrector que es un verdadero terrorista. Intentando componer pequeñas frases de una forma tan lenta como torpe. Todo sin tildes, con montones de abreviaturas, con tantos errores que ni nos molestamos en corregirlos por completo. Si, como es evidente, los que mejor se manejan resultan (agazapados sobre su móvil) algo patéticos; los que se manejan mal, ya ni te cuento el espectáculo.

Pero esta mensajería se ha hecho con una parte importantísima de la comunicación interpersonal. Al parecer, este servicio posee ya casi la mitad de la cuota de mercado, superando a la llamada telefónica, los mensajes de texto o el correo electrónico. Tiene enorme aceptación; aunque es objeto también de importantes críticas. Así, por ejemplo, se dice que cuando escribimos y sobre todo cuando leemos un mensaje de este tipo dependemos enormemente de la interpretación que hagamos del mismo. Que no se agota en las palabras que contiene. De tal forma que acaba siendo demasiado significativo el estado de ánimo con que se escribe y se lee. Es difícil pillar el tono con que se escribe, la información del contexto. Pues en el mensaje no llega el tono de voz, ni la modulación, ni el énfasis. Los emoticonos hacen lo que pueden para aportar calor y sentimiento. Pero siguen siendo demasiado esquemáticos.

Mas hay algo que proporciona el wasap y que no lo da nada ni nadie más. Ni el teléfono, ni la vídeoconferencia, ni el skype ni nada. Y ni siquiera lo consigue, ya digo, la comunicación personal, cara a cara. Sí: me refiero a ese “escribiendo…”, que nos llega antes del mensaje, debajo del nombre de la persona que nos está efectivamente redactando en ese mismo instante una comunicación. Qué bien. El anuncio de que van a por ti. De que te van a decir algo.

Un aviso que a veces puede preocupar (qué querrá éste ahora), pero que en la mayor parte de las ocasiones se parece bastante a una promesa. Un presagio de comunicación. El signo cierto de que alguien (esa persona que conoces, que está en tu libreta de direcciones) está intentando decirte algo. Bueno, malo o regular. Pero que quiere hablar contigo. Cuando se frustra (porque hay veces que alguien te está “escribiendo…” y luego nada, desaparece sin mensaje nuevo) nos abre una incógnita preocupante (¿qué ha pasado? ¿por qué ha dejado de escribirme?). Pero lo normal es que acabe llegando.

Quizá el mensaje sea magnífico. Pero la mayor parte de las veces, al abrirlo, constataremos su, podríamos decir, normalidad. Nada del otro mundo. Un mensaje entre tantos. Pero en mi opinión ese momento mágico del “escribiendo…” es exactamente lo que parece: algo del otro mundo. Que está hecho de la materia exacta con que se hacen las promesas. Pues de la misma forma que el miedo se concreta sobre todo en la espera a que suceda lo que se ve venir; las promesas se fundan en ese halagüeño y extraordinario lapso que transcurre entre su formulación y su cumplimiento. Ese momento de esperanza. Por benéfico que sea el acontecimiento prometido, es en ese momento anterior donde se encierra la mayor dicha.

Y así creo que es en esa escueta palabra, con sus tres puntos suspensivos, “escribiendo…”, que solo wasap sabe darte, donde se guarda lo mejor de la comunicación, lo mejor de lo mejor; por bueno que sea todo lo que vayas a decirme.


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