Blog de Manuel Saravia

Jaucourt y la amistad

Háganme caso y vayamos a por la voz “amistad” en la Enciclopedia de Diderot y D´Alembert. Es un texto muy curioso. No fue redactado por ninguno de ellos, sino por el amigo del primero Louis de Jaucourt. Médico y filósofo, muy buena persona, valiente, con las ideas muy claras y con muy mala suerte en la vida, debe ser considerado como modelo de generosidad entre amigos.

En efecto; cuando empezaban a venir mal dadas, Jaucourt se ofreció a Diderot para colaborar en la redacción de la Enciclopedia. Trabajador infatigable, durante años escribió muchísimo. Redactaba hasta cuatro artículos diarios, con la ayuda de varios secretarios que pagaba de su bolsillo. Y de alguna manera, salvó la Enciclopedia. Diderot, sin embargo (así son los amigos), decía que era un pedante.

Pero además de generoso, debe apreciarse en este escritor su brillantez en la consideración de las amistades. Fíjense en la entrada que decíamos, qué tres categorías establecía: 1º) El amigo con el que no se tiene en común nada más que los “entretenimientos literarios”. 2º) El amigo con el cual se puede cultivar el placer y el encanto de la conversación. 3º) El amigo del buen consejo, el que tiene derecho a la confidencia que uno deposita en esos otros amigos que además son familiares y parientes.

“Lo curioso de un listado así (dice Richard Sennett en La conciencia del ojo) es que no establece una jerarquía que clasifique las amistades en inferiores y superiores, ya que cada una de las amistades tiene su propio valor. El amigo que simplemente brinda su conversación tal vez hace el regalo del alivio, el sencillo placer de la charla, que no puede en cambio ofrecer el amigo íntimo, con el cual ya se ha dicho todo”.

Hace unos pocos meses, Manuel Ansede publicaba en El País unas notas sobre el trabajo del investigador de Harvard Dan Gilbert sobre “la ciencia de la felicidad”. Y allí leemos que “las cuatro actividades cotidianas que más felicidad aportan son gratis: practicar sexo, hacer ejercicio, escuchar música y charlar”. Creo que lo intuíamos. Lo cual pone en valor esa clase de amigos conversadores que tanto gustaban a Jaucourt. Charlar, sí: esos amigos que, solo por hablar contigo con gusto, con ganas y sin medida, no solo te salvan la vida cuando estás en horas bajas, sino que probablemente te entreguen también la felicidad.


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