Blog de Manuel Saravia

La lejanía, la República y la ley de la 2ª persona

Notas para una intervención en la Taberna Morgan el 29 de septiembre de 2012

Buenas noches, buenas amigas y buenos amigos. Todo bueno por aquí. Con gran amabilidad por vuestra parte me habéis pedido unas palabras y aquí las he traído. Un breve texto relacionado con la aventura de la memoria (porque la memoria es una aventura, un viaje de descubrimiento, ¿no?), con la aventura de la República.

1. Dónde está el horizonte. Siempre me ha llamado mucho la atención un texto de John Berger en el que señalaba la importancia del horizonte. Recordaba la pintura de El Bosco donde representa el infierno como un lugar sin horizonte alguno. Con múltiples acciones, pero sin horizonte. Y ésa parece ser nuestra actual situación. ¿Adónde mirar? Necesitamos un horizonte, una lejanía a la que mirar, a la que dirigirnos.

Aunque hablamos en sentido figurado, también nos vale en la literalidad. Y así, en la ciudad que construyamos tiene que haber miradores sobre las lejanías. Son amabilidades que ofrece el espacio público para atender a ese instinto de trepar a los lugares altos que llevamos inscrito en nuestra condición. Subir a lo alto de los árboles, a los tejados de las casas, a los montes cercanos para inspeccionar desde ahí nuestro mundo. Porque en los miradores los detalles se borran y se exacerba el paisaje, por lo inmenso, como unidad. Azul siempre. Los panoramas guardan siempre “ecos azules” (Vicente Huidobro). Radicalmente distinta la lejanía en el día y en la noche, aunque siempre espectáculo. Solar primero, cansada en la noche: “Esta cansada lejanía que escucho rodar desde la noche” (Miguel Arteche). Vibrante: “La contemplación de la grandeza determina una actitud tan especial, un estado de alma tan particular que el ensueño pone al soñador fuera del mundo próximo, ante un mundo que lleva el signo de un infinito” (Bachelard, naturalmente). “Panorama de pájaros” (como lo describe Matilde Alba Swann), nos abre otros sentidos. Desde allí se oyen los ecos de la tierra: “¿Oyes en la lejanía el murmullo del planeta?”, se pregunta Nuria del Saz. Y nos entrega otra forma de paz: “Sobre ese panorama están tendidos todos nuestros nervios” (Luis Cardoza). Todo nos lleva a esa demanda de lejanía, de horizonte.

2. La ley de la 2ª persona. Mas ¿qué horizonte dibujar? Hay una ley que a veces se aplica en la historia de las ciudades, y que se denomina “de la 2ª persona” (en realidad es “del 2º hombre”, pero la hemos actualizado un poco). Recuerda la importancia de quienes diseñan cualquier forma social, pero sobre todo expresa la necesidad de que quienes vienen detrás sepan mantener con decisión lo que otros diseñaron antes y se considera valioso. Alude a aquellas situaciones en las que una determinada obra quedaba incompleta cuando el autor la abandonaba (generalmente por fallecimiento), y la actitud de la 2ª persona que llegaba a ella era determinante, crítica. ¿Haría valer su impronta y querría dejar la huella propia o se limitaría más bien al humilde trabajo de llevar adelante lo que el primero proyectó?

Hay muchos ejemplos de aplicación de esa noble actitud, aunque quizá el más llamativo o conocido, o el primero que se ha asociado a esa ley, sea el de Sangallo en la Plaza de la Annunziata de Florencia. Cuando se hizo con la obra, después de Brunelleschi, tuvo la enorme delicadeza de continuar el proyecto de éste “dominando su impulso hacia la autoexpresión”, y por eso hoy contamos con una plaza magnífica, coherente y unitaria. La ley la enunció Edmund Bacon en su libro sobre diseño de ciudades (Design of cities, Londres, 1967). Apliquemos, por tanto, esa hermosa ley. Pues tenemos un horizonte que ya empezó a construirse y quedó sólo a medio hacer. El de la ciudad republicana. El de los valores republicanos. Preparemos un proyecto de futuro como si se tratase de completar el que se inició hace décadas: el de Cádiz, el de la República.

3. La visión de Téllez. ¿Cómo recordarlo? Pues trayendo aquí, por ejemplo, unos fragmentos de lo que dijo (con intensidad, con ganas), Juan José Téllez hace unos meses en los jardines del Alamillo de Sevilla. “Quizá me falle la memoria –dice Téllez- pero los días eran más claros aunque fuésemos más pobres y la esperanza era una noticia que corría de boca en boca, que ya rompía la censura y se mascullaba en las canciones. Eran días de besos y de adolescencia, como si España toda, la malherida España, fuese una quinceañera. Aquel 14 de abril, desempolvaban las urnas y todas las palabras eran de honor. Incluso daba la sensación de que los intelectuales pensaban y que los ancianos soñaban todavía en vez de lamentarse. La gente digna salía de las cárceles y los indignos salían del país. Los sindicatos exigían salario justo o la tierra para el que la trabaja, entre puños alzados y lágrimas en los ojos. Los muros de las ciudades parecían hechos para ser leídos, entre pintadas que reclamaban amnistía, libertad y corazones cruzados con una flecha. Por primera vez en mucho tiempo, la incertidumbre no estaba en la orilla de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega”.

Y sigue: “Claro que quizá tengamos que esperar cierto tiempo para convencer a todos aquellos que hoy no nos acompañan de que se han dejado engañar por los cantos de sirena, por la hipnosis de los grandes medios de comunicación, por los discursos hueros de quienes no son voces propias sino un mal eco del silencio. Nosotros, en cambio, hemos jurado la alegría como una bandera al viento, defendemos la patria de un beso, armamos un ejército de caricias, atesoramos un arsenal de ternura, aceptamos la obediencia debida a la pasión y el gozo. Ellos tienen un sueldo. Nosotros tenemos un sueño. Ellos tienen unas órdenes que cumplir. Nosotros sólo queremos seguir cumpliendo años. Para ellos, el ‘señor, sí, señor’. Para nosotros, el te quiero. Para ellos, el color caqui. Para nosotros, el arco iris. Para ellos, los tanques. Para nosotros, los de cerveza. Para ellos, las hojas de la burocracia. Para nosotros, las hojas de los árboles. Para ellos, los himnos. Para nosotros, los boleros. Para ellos, las ruedas de molino. Para nosotros, el pan desnudo y crujiente de la vida cotidiana”.

Una lejanía que nos abre un horizonte. Y un proyecto inacabado (del pan desnudo y crujiente) que nos toca completar. Ahí estamos.

(La imagen es del “mar de pinares” de Cuéllar, y procede de villaytierracuellar.com).

 


2 comentarios

Dejar un comentario