Blog de Manuel Saravia

La nueva Edad Media

Hace casi 50 años, en 1973, salía a la luz un librito de varios autores que, con el mismo título que encabeza este escrito y en torno a Umberto Eco, consideraban que nos estábamos acercando (retrocediendo, decían claramente) hacia una nueva Edad Media. Tuvo mucha incidencia. Su tesis se fundamentaba en la tendencia hacia la disolución de los principales vínculos sociales, la privatización del poder y los conflictos entre grupos competidores que creían observar en aquellos años. Pero permítanme seguir un poco más con aquel libro.

En la era tecnológica -decían (huecos y campanudos, pues ahora la tecnología de entonces nos parece poco desarrollada)-, los grandes sistemas eran “demasiado vagos y complejos” como para que una autoridad central pudiera controlarlos, “e incluso para que pueda hacerlo individualmente un aparato de administradores eficaz”. Por lo cual “están destinados al colapso y, a consecuencia de su interdependencia recíproca, a producir un retroceso de toda la civilización industrial”. De ahí que finalmente “no quedase más remedio que empezar a pensar en planificar instituciones equivalentes a las comunidades monásticas que, en medio de una decadencia tan grande, se ejerciten en mantener con vida y transmitir los conocimientos técnicos y científicos para el advenimiento de un nuevo renacimiento”. O sea, que frente a la búsqueda de instituciones globales (internacionales, mundiales, interdependientes), abocadas al fracaso, solo veían la garantía que pudieran ofrecer otras instituciones de menor alcance (esos nuevos “monasterios”).

Es curioso cómo describían el salto de la civilización tecnológica al nuevo periodo de decadencia que veían llegar. Todo arrancaba con un episodio mínimo. No un pangolín en un mercado de Wuhan, pero parecido. “Un día, en Estados Unidos”, la coincidencia “de un atasco en la carretera y de una parálisis del tráfico ferroviario”, ponía en marcha una cadena de acontecimientos que acaban creando “desórdenes monstruosos” en espiral, cada vez más amplios. Cuando finalmente pudo restablecerse “la normalidad trabajosamente algunas semanas después, millones de cadáveres dispersos por la ciudad y el campo comenzarán a difundir epidemias y a producir nuevos azotes de proporciones semejantes a la peste negra que en el siglo XIV acabó con las dos terceras partes de la población europea”. La vida política, “presa de una crisis total, se subdividirá en una serie de subsistemas autónomos o independientes del poder central…”.

Por supuesto, la descripción avanzaba también hacia el deterioro ecológico (recordemos que se escribía en 1973, y no ahora). En la “otra Edad Media”, la de los siglos V a XV, nos decían, se había relacionado “el descenso de población y el abandono de las ciudades” con la crisis civilizatoria. Pero ahora nos encontrábamos con “un exceso de población que se combina con el exceso de comunicaciones y de transportes para hacer que las ciudades sean inhabitables, no por destrucción y abandono, sino por paroxismo de actividad”. En medio de “la contaminación atmosférica y la acumulación de basuras”, todo apuntaba hacia el desastre. Donde de nuevo “inseguridad” vuelve a ser “una palabra clave”. Porque, subrayaban, en nuestro siglo “los temas, que se repiten una y otra vez, (son) la catástrofe atómica y la catástrofe ecológica” (seguimos en 1973).

¿Cuántas veces nos hemos visto en profundas e insuperables crisis? Varias, desde luego, en la vida de cada uno de nosotros. La que vivimos ahora, durísima por las muertes que vamos contando y el dolor que se extiende por el mundo, es (así lo creo) solo una más. La tendencia (así lo espero) hacia las instituciones globales no va a detenerse. El esfuerzo por reforzar la OMS, por ejemplo, que tiene su origen en reuniones de 1945, no va a decaer. ¿Alguien piensa que va a detenerse el impulso hacia el desarrollo de las organizaciones que procuren actuaciones globales frente al cambio climático, la salud global o el control de la tecnología? Quizá a corto plazo seguiremos, como hasta ahora, con organizaciones globales en precario. Pero no hay futuro sin ellas. ¿Nos acercamos hacia una nueva Edad Media? Pues bienvenida sea. Porque si así fuese sabríamos aprovechar el desorden para volcarnos, una vez más, al advenimiento de un nuevo renacimiento.

(Imagen: documentos fundacionales de la OMS, que parecen escritos por amanuenses medievales. Procedente de https://www.who.int/es/about/who-we-are/history).

 


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