Blog de Manuel Saravia

Las truchas de Courbet

En el inquietante libro de título más preocupante aún (“Melancolía de izquierda”), Enzo Traverso dedica un capítulo a Gustave Courbet, el anarquista individualista antiacadémico, autoexcluido del mundo burgués, ruralista y salvaje, brutalmente realista, “motor de la revolución”, fourierista y radicalmente utópico pintor que intentó llevar su socialismo y la combinación de arte y política hasta el final.

Me quedo con este párrafo del relato de Traverso: “En 1871 se construyó la Basílica del Sagrado Corazón para celebrar otro ‘orden moral’, el de la Tercera República, nacida de la masacre de los comuneros. En ese momento, Courbet representó a los caídos por medio de un ciclo de telas alegóricas que, en el estilo de las naturalezas muertas, se limitaban a mostrar truchas”. Y concluye: “Rara vez el sufrimiento de los seres humanos encontró una expresión tan sobrecogedora como en estas imágenes de peces agonizantes”.

Es cierto. Lo hemos visto algunas otras veces en el arte. Y otras muchas en la calle. El dolor de los animales nos lleva al límite del dolor humano. Y en ese momento nos hacemos un lío con la dignidad. Por citar un caso conocido mucho más cercano que el de Courbet, la Elizabeth Costello de Coetzee nos dice que “uno tiene que amar lo que tiene a mano, que es como aman los perros”. O las truchas, supongo. Y hacerlo, insiste, “sin remitirnos a ningún cálculo moral”. Vivimos, de Courbet a hoy, tiempos difíciles (como lo son y han sido todos los demás).

(Imagen: The Trout, Courbet, 1872. Colección Kunsthaus Zürich).

 


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