Blog de Manuel Saravia

Los regalos de Cadmo

Ayer fue día de regalos (bueno: de alguna forma todos los días son de regalos, ¿no?). En el encantador librito de Antonio Basanta Leer contra la nada (Siruela, 2017) se cuentan, con todo lujo de detalles y como si se tratase de un guión cinematográfico, las bodas de Cadmo y Harmonía. Fue la última ocasión en que los dioses del Olimpo se sentaron a la mesa con nosotros, desdichados seres humanos, para una fiesta. Ellos se lo pierden. Pues bien: me quedo en el punto en que se entregaban los regalos a la novia. Familiares, amigos… hasta los mismos dioses van presentando por orden sus obsequios. A cual mejor. Unos le daban, por ejemplo, un vestido maravilloso, tejido por las Gracias. Hefesto, el dios forjador, llevaba un collar de oro. Atenea le regaló una capa que podría hacerla visible o invisible: “Corpórea ante la verdad; evanescente ante la mentira”. Y así todos los invitados. Hasta que llegó, finalmente, el regalo del novio.

“Al llegar ante Harmonía, toma las manos de su amada, las junta formando una cuna –como si en ellas fuera a depositar el agua más cristalina- y, desanudando la pequeña bolsa de cuero que pende de su cinturón, deja caer en ellas unas piezas frágiles, pequeñas, diminutas y quebradizas ‘como patas de mosca’, dice el cronista…” Entonces Zeus, al verlo, se desencaja, se levanta y, nervioso e irritado, se va (dando un portazo, supongo). Y todos los dioses abandonan la sala con él. Nunca más volverán a sentarse con los mortales. Pero ¿qué había en esa bolsa? ¿Qué era lo que irritó tantísimo al dios de los dioses? ¿Qué magia tenían esas patas de mosca? Es sencillo. Lo que puso Cadmo en manos de Harmonía era algo que permitiría “traspasar el umbral de la memoria”. Algo que nos daría a los simples mortales la posibilidad de la inmortalidad, hasta entonces únicamente en manos de los dioses. Porque el regalo que Cadmo hizo a la buena de Harmonía era… las letras del primer alfabeto.

Qué bonito. Es, la verdad, uno de los mejores regalos posibles. Que evidentemente no está a nuestro alcance. Sin embargo, en esa misma línea, en ese mismo campo de juego con la inmortalidad, con el conocimiento, los sentimientos, la música de las ideas, los sueños, el pasado y el futuro, creo que sí podemos entregar otros regalos casi igual de útiles y emocionantes que aquel primero de Cadmo. Palabras, por ejemplo. A quien tenga hoyuelos en las mejillas se le puede regalar la palabra “gelasino”, que es así como se llaman (aunque Google no lo sabe aún). O también versos: “Volver al mundo tras una corta eternidad, ya sosegado” (muy bien, Brines). O finalmente, libros. No es fácil hacer un alfabeto. Pero conseguir cierto orden con aquellas patas de mosca para hacer palabras, versos, historias y libros, parece que sí podemos esperarlo de nosotros mismos. Como diría Violeta Parra (y recuerda Basanta): “Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me ha dado el sonido y el abecedario”. Gracias a nosotros mismos, de verdad.

(En la imagen Violeta Parra, procedente de http://www.cancioneros.com/co/8198/2/los-cantos-mapuches-de-violeta-parra).

 


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