Blog de Manuel Saravia

Nadar en altamar

Comentaba ayer Fernando Colina en El Norte (“Miedo o melancolía”) que, según creía, en los días más confinados de las últimas semanas, las calles desiertas de Valladolid no tenían nada de melancolía. “Estaban totalmente presentes y cargadas de realidad. Sólo tenían extrañeza, soledad y una inexplicable detención del tiempo que daba miedo. Pasear por ellas era como nadar en altamar”. Una evidente sensación de naufragio.

Sabemos desde el principio que los naufragios, como los suicidios, aunque afecten directamente a una sola persona, nos convocan a todos. Son siempre, de alguna forma, colectivos. Y no tenemos otra salida que nadar, como podamos, en altamar. Así nos veo. Así estamos. Braceando en medio del océano, intentando llegar a algún lugar seguro.

He intentado informarme (Google, claro) de los nadadores de aguas abiertas. Por tener referencias. Y allí nos dicen, entre otras cosas, que aunque solo veamos el mar por todas partes, no hay que nadar con la cabeza fuera del agua. “La cabeza debe permanecer bajo el agua proyectando la mirada hacia el fondo”. Pensando en caliente, inmersos en el caldo, mirando a lo profundo. Intentando que “nuestro cuerpo se comporte como una canoa”, firme sin titubear en el avance. ¿Cómo pasar las olas? Sin pretender saltarlas, por encima, sino “atravesando el agua” con nuestras brazadas.

Nos recomiendan “aguantar el dolor”. Nos advierten de que “la respiración tiene un papel fundamental” en altamar. “Los movimientos respiratorios deben ser profundos y lentos”. Nos recomiendan (esto es también esencial) “controlar nuestros miedos o los posibles momentos de ansiedad”. Y hemos de saber que “nadar en el mar (nos lo dice el nadador Crivillés) es improvisar a cada momento”. Y acabo con lo que nos señala el nadador Vergaz, por si aún no teníamos suficiente angustia: “El mar, una vez dentro, no suele dar una segunda oportunidad”. Buff. Gracias, amigos. Por favor, no dejemos de nadar, aunque aún no podamos ver ninguna playa.

(Imagen del encabezamiento: Madrid desde Torres Blancas”, pintado entre 1976 y 1982 por Antonio López, con unas calles imaginadas vacías, que luego se hicieron realidad).


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