Blog de Manuel Saravia

No basta con rechazar a Anglada

Cuatro apuntes sobre inmigración

Vale: rechazamos radicalmente a Josep Anglada. Su discurso es terrible y nos lleva al pozo más negro del racismo feroz y la pérdida de cualquier signo de cultura y de civilización. Es necesario tomar posición nítidamente y sin tibieza. Eso está muy claro, no hay duda alguna. Pero ¿es bastante? Creo que no. Si cuando nos sentíamos ricos no llegaron a disiparse todos los problemas de convivencia asociados a la llegada de inmigrantes, ahora que estamos mucho más inquietos por el futuro los roces se exacerban. El objetivo debería estar claro: los derechos humanos. Pero ¿basta con enunciarlo? ¿Es suficiente plantear los principios para que deje de haber problemas? Creo que no. Es necesario llevar a cabo un trabajo mucho más elaborado.

Debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que de lo que estamos hablando es de la última generación de inmigrantes. De las anteriores ya no nos acordamos. No sólo están integradas, sino que contribuyen de forma muy importante y aceptada por todos al desarrollo de nuestro país. Pero sobre la última, como siempre sucede, se centran algunos reproches. Y eso a pesar de que están sufriendo las consecuencias de la crisis económica como nadie, “convirtiéndose en el colectivo más desfavorecido y vulnerable de la sociedad” (Adoración Peñas).

Se les reprocha el gasto público y el modo de vida. Se critica que hagan uso de lo público (tanto de los equipamientos como de los espacios públicos) o que se dedique parte del presupuesto a su protección social (de carácter asistencial, o relacionado con la vivienda, e incluso el humanitario). Y se desaprueba que mantengan y manifiesten modos de vida no exactamente idénticos a los nuestros (costumbres, religión, incluso el uso de la propia lengua).

Tales reprobaciones nacen del miedo, de la comodidad o simplemente de un sentimiento aristocrático no reconocido como tal, pero activo. Se apoyan en un miedo difuso a que no haya dinero para “los de aquí”; o a que se acabe, a medio plazo, nuestra civilización y campee otra extraña. En ambos casos se piensa (aún sin echar cuentas) que son muchos los inmigrantes residentes en nuestro país, o en nuestra ciudad. Esas reprobaciones nacen también de la comodidad. Pues en ocasiones la mera visión de gente extraña en la calle puede inquietar, aun sin asociarla a ningún problema real. Es lo que sucede en el compartimento medio lleno de un vagón del tren: cuando alguien nuevo accede, aunque sepamos que tiene el mismo derecho que nosotros a estar en él, nos incomoda y le miramos mal.

Pero también rechazamos a los inmigrantes por un casi indisimulado sentimiento aristocrático. Pensamos que vamos a perder privilegios, como país, respecto a otros países más pobres. Nos vemos con unos derechos de nacimiento, por haber nacido aquí y no allá, que otros no tienen (¿no es eso la aristocracia, los derechos de sangre derivados de las grandes hazañas que supuestamente hicieron nuestros antepasados?). Aunque no podamos sostenerlo racionalmente, nos gusta sentir que nos merecemos más suerte que otros. Parece que pensamos algo así: si han nacido en Malí, que se aguanten (una postura no muy noble, ciertamente).

Mas, sea por miedo, comodidad o aristocracia, sea por lo que sea, hay que aceptar que en una parte de la población y en algunos barrios nos encontramos con cierto rechazo a los inmigrantes de última generación, que no se suprime simplemente con declaraciones. Por eso considero que deberían tenerse en cuenta estos cuatro apuntes sobre el asunto. El primero: reconocer que hay un problema. El segundo, saber analizarlo en su verdadera extensión, sin elementos pasionales añadidos. Conocer bien sus dimensiones (sin subestimarlo ni sobreestimarlo), conocer los hechos y las actitudes; y situarlos adecuadamente en el tiempo (ese tiempo que casi siempre trabaja a favor de la integración); de hecho todos somos hijos de inmigrantes, las ciudades, todas, se han hecho con inmigrantes y siempre ha habido problemas de adaptación.

El tercero: plantear una política de altura. Que tenga, desde el punto de vista económico, visión de futuro y de presente. Que no se apoye en prejuicios de ningún tipo. Y que sea justa: que nos podamos reconocer en ella. Que no tengamos que pedir excusas, y que no nos presente a nosotros mismos como unos miserables. El cuarto apunte es uno de los más fáciles de enunciar, pero el más difícil de aplicar: diseñar los medios adecuados para asentar esa política. Ésa es la cuestión.

(Imagen: Inmigrantes en Madrid. Foto procedente de la web de Sos Racismo).


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