Blog de Manuel Saravia

No seamos Borges

Como sabemos, hay muy distintas formas de adquirir los conocimientos necesarios para actuar sobre las cosas. La experiencia, por ejemplo (antes muy valorada, hoy bastante poco). Las comparaciones con situaciones similares de otras épocas y lugares. El conocimiento poético (si hay “cinco formas de decir manzana” será por algo). Las narraciones (es sabido que se entiende mejor Europa en los libros de Magris que en la colección completa de documentos del Consejo de Europa). El pensamiento mágico (hoy caído en desuso… aunque menos de lo que se dice). Aplicando el conocimiento científico (con experimentos y formulación de teorías estructuradas). Apelando a la autoridad de quien te ofrece confianza. Imponiendo el fundamentalismo (la tradición defendida al modo tradicional, porque sí). Y alguna otra fórmula más que con seguridad se me olvida. Pero sobre todas ellas la que prima hoy, la que más se valora (creo), es la que podríamos denominar (si se me permite la simplificación) como “racional”: descripciones y argumentaciones más o menos encadenadas que permiten decidir con solvencia.

Si dices, para justificar una acción, creedme, que soy muy mayor y sé lo que digo: mal vas. Si recuerdas que en alguna ciudad de Filipinas sucedió algo parecido, se actuó con éxito y pretendes trasladar el resultado aquí, no sé si será suficiente. Se dirá (probablemente con razón): la situación es muy distinta allí. Filipinas está casi en las antípodas y son muy suyos. Lo que se requiere es, casi siempre, juntar información y argumentos, y hacer una propuesta que se pueda explicar y vender. Con números, por supuesto (si no lleva números estás perdido).

Eso sí. La información y los argumentos no pueden ser infinitos. ¿Cuánto es bastante? ¿Cuántos argumentos, demostraciones, considerandos y explicaciones son suficientes? ¿Cuántos estudios hacen falta en cada caso? ¿Cuánta información? Para algunos nunca se cubre lo necesario. Pero la demanda inconmensurable de información se corresponde (es obvio) con un estado infantil de la política. O se trata (no lo desechemos: en política también cabe la mala fe) de procrastinar y no dejar avanzar. Por eso no está de más recordar el conocido cuento de Borges titulado “Del Rigor en la Ciencia” que, siendo tan breve, puede reproducirse completo.

Permítanme que lo repita una vez más. “En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.

Genial. Algunos grupos políticos y algunos concejales estarían contentísimos con tener ese mapa antes de cualquier decisión sobre el terreno. Aunque, lamentablemente, el cuento sigue así: “Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas”.

Vaya por dios. Al parecer no es tan fácil entender que el mapa nunca es el territorio. Bien sea por defecto, pero también por exceso, puede resultar fallido. Incluso pernicioso. Pues (¿cuántas veces habrá que decirlo?) más no es necesariamente mejor. Y así, me temo que para el conocimiento racional de las cosas tenemos que dar con el tamaño adecuado de información y análisis que cada caso requiere. Para lo cual se precisa (ironías del destino) echar mano de la experiencia y la confianza personal, de las comparaciones, de entender la forma del problema e intentar un relato suficiente, de acotar la dimensión científica que podría tener. Y no ir, en fin, a por “la Razón”, sino a lo razonable.

(Nota: la imagen del encabezamiento es un fragmento del Mapamundi de los Cresques, de 1375, más o menos. Y efectivamente -no se enfaden-, el título de este post es engañoso. Pero, por favor, tómese como una licencia poética. Y ya es sabido que los poetas tienen bastante desvergüenza).

 


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