Blog de Manuel Saravia

Nos ha tocado, amigo, vivir épocas inciertas.

Todavía puede visitarse la exposición, virtual y física, que recupera la figura de María Luisa Caturla en el Museo Nacional de Escultura de San Gregorio. El recorrido de internet es enormemente atractivo. Archipiélago Caturla, La historia en zigzag y el libro en pdf (Arte de épocas inciertas, original de 1944 y reeditado ahora en el Museo). Creo que merece la pena acudir.

El argumento de fondo de este libro, sobre el que gira la exposición, se fundamenta en que el arte ofrece siempre pistas inigualables sobre (permitan que se diga así) la “salud de los tiempos”. Sabemos que las manifestaciones artísticas “no suelen proceder de movimientos religiosos o políticos determinados, sino que participan del estilo general del tiempo”. De lo que se destila en el ambiente. Por eso, después de “poner las formas del arte en relación con la forma general de una cultura” (como lo expresa María Bolaños en la introducción del libro), la autora intenta, como “mero ejercicio” (pero muy sugerente), estudiar “la incertidumbre espiritual reflejada en el arte”. Cómo se nota en algunos rasgos del arte de una época las incertidumbres de fondo que habitan esos mismos tiempos. Y de forma semejante, cómo también se pueden reconocer «momentos de serenidad» y plenitud de los años cuando el arte es igualmente resistente «al embate de las emociones».

Es tentador repasar nuestros tiempos con esa perspectiva. ¿Vivimos en una época incierta? Caigamos en la tentación, y sigamos el juego. Y veamos cómo nuestros años, según creo, cumplen con todos los signos que la autora va exponiendo para caracterizar esas épocas inciertas, desasosegantes. Veamos.

Para empezar, no hará falta recordar a Marshall Berman (“Todo lo sólido se desvanece en el aire”) para caracterizar de forma general los tiempos, ya que nos bastará, para ese enfoque general, Zygmunt Bauman y sus “Tiempos líquidos”. En ese difundidísimo libro todo son semejanzas con los tiempos que cuenta Caturla, que se deleitaban en continuas imágenes del “fluir y refluir, ondulaciones sin principio ni fin”, que caracterizan a los tiempos inciertos.

La “tendencia al desperdigamiento” (otro signo) la encontramos, sin ir más lejos, en el estallido de twitter, donde rige (es su esencia) el principio de la dispersión (unos pocos usuarios superconectados que propagan una enorme difusión). Los síntomas de titubeo, oscilación e inseguridad (propios de las épocas de perturbación espiritual), también se observan en el devenir del arte actual, en el que no solo se ha abandonado cualquier intención de fruición en la contemplación (ay: el arte moderno no me gusta, no lo entiendo), sino que nos lleva a “enfrentarnos con un objeto ingrato solo por interrogarlo”.

Se cultiva, sin ninguna duda, la complacencia en el equívoco. Por de pronto, fuera límites: todo es arte (un debate que abrió Duchamp pero que hoy está exacerbado: el arte ya no se hace en el estudio, se hace en la calle, en el sótano, en la fábrica o o en cualquier sitio). Y tal es el gusto por la ambigüedad que hay hasta quien propone mezclar en política los conceptos clásicos, basales, de izquierda y derecha: “Creo que derecha e izquierda ya no existen. Han sido metáforas válidas para ordenar la manera de hacer política; pero en estos momentos no son útiles” (vale, Errejón, muy bien; te has lucido).

Tiende el esfuerzo artístico no a precisar, sino a confundir. El “gusto por lo indefinido y errabundo” se abre paso sin restricciones. Se abona la descentralización y la multiculturalidad. Y se aplaude lo inacabado. Se prefiere el blog o el artículo de prensa frente al tratado completo de cualquier asunto, aun sabiendo de su carácter esquemático, intuitivo e imperfecto. También nos caracteriza la exacerbación de los afectos y la facilidad de las lágrimas, en violento contraste con la crueldad de una época desquiciada.

No parece que hagan falta leyes compositivas ordenadoras (y, perdón, jerarquizadas): al igual que en el Juicio Final de Miguel Ángel “cuerpos y más cuerpos cubren la enorme superficie sin que la articule elemento arquitectónico alguno”, el territorio mismo, por ejemplo, se ordena sin planes no ya nacionales o regionales, sino ni siquiera comarcales: la temática, lo sectorial o el fragmento dominan sobre la visión completa o general.

Por otra parte, «la caliza fácil suplanta a la rebelde piedra berroqueña”. La caliza es blanda, es más fácil de tallar, de adoptar nuevas formas, y el concepto de “innovación” campa a sus anchas y por sí mismo (por cierto: vinculado al crecimiento económico y la producción). El zigzagueo (la seca rectificación del curso en marcha) también se ha impuesto en los proyectos de vida. El mundo del trabajo ha cambiado, y algunos autores lo han resumido en una imagen: se ha pasado de la “carrera” (el canal por el que se encauzan las actividades profesionales de toda una vida) al job (palabra que en inglés designa un trabajo, un empleo, pero también un fragmento de algo que podía acarrearse). Flexibilidad es el lema.

El compás ha vencido al ritmo. “El batir de las alas de las aves migratorias, el galope de caballos indómitos, el ondulado deslizar de los peces…”, que para Caturla es el ritmo, se sustituye por el orden sonoro de “las locomotoras, los martillos neumáticos, los péndulos de los relojes”, que para ella “marchan al compás”. El rap, por ejemplo: todo compás. Se degusta con fruición la “sabrosa mentira del engaño” (Antonio de Mendoza) de las noticias falsas o voluntariamente inexactas y equívocas. Y también vuelve el ornamento que se prolonga hasta el infinito, como el arabesco. Y (acabo ya este repaso somero, alborotado, intuitivo y esquemático) se han perdido las tendencias clasicistas y la “afición a lo perfecto”.

De manera que (creo) podría ser lícito decir que vivimos una de esas épocas inciertas que describe la autora. Si bien tiendo a pensar que, mejor aún, podríamos parafrasear a Borges. Y si dijo de un ascendiente suyo que “le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir” (qué frase tan buena), podríamos ahora sentenciar también: Nos ha tocado, amigo, como a todo el mundo, vivir épocas inciertas.

Y sin embargo (curiosa paradoja) creo que, a la vez, no ha habido nunca como ahora mayores certidumbres ni más fuertes convicciones que las que vivimos. Y además, participadas por todo el planeta. Una voluntad de principios compartidos, como nunca la ha habido. Todo es enormemente equívoco e inmensamente cierto. Las dos cosas a la vez. De manera que lo que verdaderamente nos domina es la paradoja.

¿Cómo se verá nuestra época, en unas décadas? Imposible saberlo. Pero sabemos que la incertidumbre que nos acompaña y condiciona, no nos detendrá en las certezas que también nos constituyen.

(Imagen: María Luisa Caturla en 1920. Procedente de elcultural.com).


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