Blog de Manuel Saravia

Opiniones violentas

Anteayer se publicaba en El Mundo un artículo de Lucía Méndez titulado “La moda de ser malvado”. Hacía una observación que comparto por completo: “El pensamiento malvado está de moda”. Nada de corrección política (hay que ver cómo gusta decir que la corrección política es una sandez, y que hay que saltársela a la torera). Vía libre a los insultos (lo menos sofisticados posible, por favor). En las últimas semanas hemos visto publicadas, en boca de escritores, políticos, periodistas y famosos en general, expresiones tan delicadas y sutiles como países de mierda o zorra (Trump dixit), cagón y caramierda (Maradona), carne humana (Salvini), aparte de los clásicos fascista, corrupto o ladrón, en multitud de ocasiones, entre otros muchos.

Dice Méndez: “El Óscar será para quien diga la burrada más grande, insulte con mayor agresividad o logre tumbar al de enfrente con el veneno de las palabras”. Aunque más que veneno podría decirse hedor. Una peste que luego las redes sociales, “con sus ejércitos de odiadores”, amplifican, extienden y “aceleran”.

¿Por qué esta moda? Creo que es sencillísimo: trabajar cansa y razonar también. Porque gritando e insultando se evita tener que argumentar. No es fácil argumentar. Pero es que además el curso de los razonamientos te puede llevar adonde no quieres. De manera que, si cuando intentas comprender, reflexionar y analizar los asuntos desde distintos ángulos, te incomodan las deducciones que se avanzan… mejor gritar y cercenar el debate. Dando a la vez, a ser posible, “un puñetazo en la mesa”, como se reclama tantas veces por los vociferantes en cualquier contexto.

Está de moda, sí; pero no es nuevo. Más bien es una forma de proceder antiquísima. Contaba Tucídides (en su Historia…) que en cierto momento “toda idea de moderación era solo un intento de disfrazar un carácter sin virilidad; la capacidad de comprender una cuestión desde todos los ángulos significaba que se era inadecuado para la acción”. Por entonces los debates perdieron racionalidad. Las palabras “se calentaron”. Se buscaron las palabras más duras. Y se prefirió entonces confiar –sigue Tucídides- “en cualquiera que defendiera opiniones violentas, convirtiendo en sospechoso a cualquiera que presentara objeciones a las mismas”. Al recordar estos párrafos, concluye Sennett que “el calor de las palabras” acabó por hacer a los ciudadanos “incapaces de actuar de manera racional”. ¿Realmente es preferible no pensar?

(Imagen del encabezamiento, procedente de https://www.greciatour.com/el-teatro-griego/).

 

 


1 comentario

Dejar un comentario