Blog de Manuel Saravia

Palabra

De modo que Valladolid Toma la Palabra. ¿Qué palabra? Pocos saben (aunque se hayan examinado de ello) lo que es un monema, un fonema o un sintagma. Y sin embargo son unos términos con una definición clarísima. Por el contrario, todo el mundo sabe inmediatamente lo que es una palabra, aunque su definición sea tan difícil. Porque la llevamos dentro. Por eso nos gusta pensar que de alguna manera esa palabra a la que nos referimos habría de ser la que Blas de Otero consideraba último reducto de la dignidad: Si he perdido la vida, el tiempo y la voz; si he sufrido la sed y el hambre; si abrí los labios hasta desgarrármelos… me queda la palabra.

Una palabra abierta a todos y a todas. Al parecer (lo dice Feal), en las lenguas primitivas una misma palabra encerraba dos significaciones antitéticas. Y pueden encontrarse vestigios de este comportamiento tan extraño en lenguas modernas o no tan antiguas. El latín altus es a la vez alto y profundo. Sacer, sagrado y maldito. En alemán, Boden significa lo más alto y lo más bajo de la casa. En inglés se dice, para expresar “sin”, without, o sea, “consin”. Y hay más ejemplos de palabras que juntan dos planos que en la realidad se disocian, o que incluso son antitéticos.

Nos gusta pensar que la palabra que ha de tomar Valladolid podría ser de la condición de esas palabras antiquísimas. Hospitalaria para los nómadas y a la vez cálida para los sedentarios. Que hechice y convenza tanto con el fondo como con la forma. Que sirva para medir las cantidades y para cuidar y matizar las cualidades. Que aflore en las dos grandes dimensiones de la experiencia, el tiempo (la duración) y el espacio (la extensión). E incluya a su vez las dos formas posibles del conocimiento (el idealismo, la utopía, y el realismo, saber dónde pisas). Que juegue simultáneamente con el agua y con el fuego. Que sea solar como Apolo (signo de la cultura) y nocturna como Dionisio (en medio de la fiesta).

Que nos resulte, en fin, tan abierta como un día nos dijeron que era la coca-cola. Una palabra significativa para los gordos y para los flacos; para los altos y para los bajos; para las optimistas, para las pesimistas; para los magos y para los náufragos; para los bronceados, para los nudistas, para los supersticiosos. Para las astronautas, para los payasos, para quienes viven solos y para quienes viven juntos, para las que se superan, para las que participan, para los que suman, para las que no se callan…

Para las que escriben (en solitario) y para las que leen (también en esa forma de soledad con que tantas veces se lee). Y para los que hablan cara a cara con otras personas, que habrán de estar allí presentes. Porque la escritura se mantiene a lo largo del tiempo y del espacio: ahí están los archivos. Pero “la palabra recorre un espacio corto y se borra al instante”. Porque está viva. Queremos pensar que Valladolid toma la palabra, tanto en la conversación oral como en el diálogo por escrito, en el papel y en las redes. En cualquier medio que permita la comunicación. Porque está viva.


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