Blog de Manuel Saravia

El pangolín, prisionero de guerra

Un artículo de El País de hace unas pocas semanas empezaba así: “Malos tiempos para ser un pangolín”. Malísimos. Y lo cierto es que debería decir: Malos tiempos para ser un animal. Es curioso cómo, en tiempos críticos, borramos todos los debates no directamente vinculados a esa misma crisis a la velocidad del relámpago. Y sin embargo están ahí. (Sobre el pangolín se han publicado bastantes cosas estos días. Cómo es, de qué vive, por qué es tan majo, por qué es importante que no desaparezca. Hoy mismo, varios textos sobre la necesidad de salvarlo de la extinción).

Pero si hay un libro brutal sobre los animales y el trato que les damos es, en mi opinión, el de Coetzee: Elizabeth Costello (Barcelona, Mondadori, 2004; or. de N. York, 2003). Y voy de cabeza a la pg. 112: “La gente se queja de que tratamos a los animales como a objetos, pero la verdad es que los tratamos como a prisioneros de guerra. ¿Sabías que cuando se abrieron al público los primeros zoos los guardianes tenían que proteger a los animales porque el público los atacaba? El público pensaba que los animales estaban allí para que la gente los atacara e insultara, como a los prisioneros en un desfile de la victoria”.

Y un poco más adelante, después de hablar de la caza y de las ratas (parece que se ha puesto de acuerdo en los temas con Delibes) concluye: “Sigue habiendo animales a los que odiamos. Como las ratas. Las ratas no se han rendido. Plantan cara. Se unen para formar unidades subterráneas en las cloacas. No van ganando, pero tampoco están perdiendo. Por no hablar de los insectos y los microbios. Todavía puede que nos ganen. Y está claro que nos sobrevivirán”. Pobre pangolín. Y Costello, la novelista, no decía nada de esas cosas que no son ni siquiera animales, llamadas virus. Pobre pangolín. Pobres nosotros.

(Imagen: Un pangolín en manos de un cazador furtivo, enroscado en posición defensiva. Fabian von Poser, Getty Images. Procedente de https://us.leskanaris.com/).

 

 


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