Blog de Manuel Saravia

Pensamientos soñados y sueños pensados

“Esas metáforas son cultas y son ingenuas. ¡Sorprendente privilegio de los pensamientos soñados y de los sueños pensados!”. La verdad es que Bachelard es, en sí mismo, una mina. Cualquier página que abras de cualquiera de sus libros sorprende a la imaginación. “Ninguno de los tres reinos escapa a los ritmos de la vida. El animal es la vida cotidiana. El vegetal, la vida anual. El mineral, la vida secular, la vida que se cuenta por milenios”. Y se ceba en la “vida metálica”. Diciéndonos: “Sí, ¿por qué en el fondo de la mina no habría de recibir el oro, renuevo del impulso metálico, todos los zumos de la primavera?” (La tierra y los ensueños de la voluntad). Y llama en su ayuda a Jean Piaget, quien nos dice que “en algunos niños encontramos la idea de que los trozos de piedra ‘crecen’ a la manera de las plantas”.

Minerales. Las piedras dan piedras, se les planta y crecen. Y va más lejos (ahora con otro autor, Cardan): “¿Qué otra cosa es una mina sino una planta cubierta de tierra?”. Según cuentan “algunos antiguos” en Chipre se encuentra “una especie de hierro que, cortado en trocitos y enterrado en una tierra regada con frecuencia, vegeta en ella, en cierto modo, al grado de que todos esos trozos alcanzan mayor tamaño”. Otros autores consideran que “el mármol se reproduce en las mismas canteras”. Y Aristóteles y Plinio también avalaron la fecundidad de las minas.

“En la tierra, el oro madura como la trufa”. Aunque necesita, por supuesto, “algunos milenios para alcanzar la madurez perfecta”. Y los bellos colores de los metales son signos “de cabal madurez”. Eso sí: los metales enterrados demasiado tiempo se estropean. Por eso decía Paracelso que “las monedas paganas se hacen pedregosas”. Werner, por su parte, reclamaba el conocimiento íntimo de los metales. ¿No valdría más conocer el mineral directamente, estudiándolo por los medios naturales, por los cinco sentidos? El olfato, el gusto, el tacto dirán más que la balanza. Amaba su colección de piedras como a una familia de seres vivos. “Un mineral era para él un recuerdo de la infancia”. Qué bien estaban las colecciones de minerales de las escuelas.

La vida privada de los materiales. Gordon Cullen hablaba, creo recordar, en su Townscape, de la “vida privada” de los materiales. Es curioso. Los más primitivos son hoy los más domésticos; y los nuevos, los que nosotros hemos creado, los más indómitos. Los materiales viejos parecen seres dormidos (haciendo la siesta). Como flores carnívoras se alimentan de insectos en sus oscuras cavidades. De su palpitación telúrica da cuenta ese insistente perfume de resinas que entrega por siglos la madera (una fragancia de café); lo informa su «nudoso gemir» (Caballero Bonald), o el sabor de la sal en la piedra, «paladeable como espesa noche» (Neruda). Los persas creían que las vetas del mármol (esa piedra de cristal) eran portadoras de fuego y vitalidad: vetas de vida. Y en la cultura del Japón algunos salen a recoger piedras como se rebuscan setas. Allí los jardines se prefieren hechos de guijarros y una roca representa el agua.

En ocasiones parecen agrupadas en rebaños las ruinas de piedra. Con frecuencia se asocian con otros animales y plantas: hemos visto caracoles en los capiteles, y rosas en el desierto. Y así como el agua tiene esa «fresca costumbre de ser simple tormenta» (Octavio Paz), las piedras, por su parte, se obstinan en «detener al viento». Y luego, en silencio, mueren hacia adentro. Todo madera: Estambul. Todo agua: Venecia. Todo piedra: Petra (es obvio). Todo viento: Shibam. Al fin y al cabo se ha dicho que la compañía de los materiales puede contribuir a la felicidad. Que es piedra: «se juntan nuestras manos como piedras felices» (Carlos Edmundo de Ory). Que es la madera en el agua: «así era la felicidad (…): un leve deslizarse de remos sobre el agua» (Jorge Teillier).

(Imagen del encabezamiento: Taking gold out of a sluice box, western North America, 1900s).

 


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