Blog de Manuel Saravia

Por esos ojos malignos

En el debate sobre la altura más conveniente de la edificación (viejísimo debate) se ponen sobre la mesa argumentos de todo tipo: económicos (¿hasta qué punto aumentan los costes o los ahorros en los edificios altos), funcionales (¿cómo afecta a la convivencia la altura, cómo induce o retrae el contacto social, cómo afecta al espacio de la calle?), de seguridad (¿son más peligrosos los edificios altos, cómo se garantiza la evacuación en caso de incendio?), medioambientales (¿cuáles son las afecciones de todo tipo, incluso del coste de producción o mantenimiento?), estéticos (¿cómo dominan la escena urbana, como distorsionan el skyline imponiendo su presencia?).

Pero se debe atender a una consideración de otro orden, especialmente significativa. La enunció hace años Ch. Alexander de una forma insuperable (en Un lenguaje de patrones); donde entre otros muchos argumentos en favor de la contención de la altura de las edificaciones deslizaba éste: “Con tres o cuatro plantas, uno todavía puede bajar cómodamente a la calle por su propio pie y, desde la ventana, sentirse parte integrante del escenario callejero: se pueden ver los detalles de la calle, la gente, sus rostros, los árboles y las tiendas”.

Ahí está: la clave está en saber a qué distancia se pierde la posibilidad de apreciar los detalles y los rostros de la gente de la calle. Portoghesi hablaba de las plazas como “el espacio de las miradas”. ¿Cuándo dejamos de apreciar las miradas? Es fácil. Pues sabemos que el rostro de una persona puede reconocerse a una distancia entre 21 y 24 m.; y ese reconocimiento tiene la calidad de un “retrato” (por la riqueza de los detalles) solo hasta los 15 m.

Quizá no pueda invocarse como un argumento definitivo. Pero no me digan que no es un valor poder reconocer desde la ventana el rostro de quienes pasan o están en la calle. Participar en los detalles de la escena pública. Y que, si me permiten el exceso (que lo es), pudieran llegar así, desde el balcón o desde la calle, los insidiosos efectos que describe Pichardo en su tema, ya clásico, de la trova cubana “Ojos malignos”. No podrán negarme que se trata de una buena consideración para el debate sobre la altura de los edificios o sobre el tamaño de las pequeñas plazas.

(Imagen: Fragmento de El Balcón, de Manet)

 


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