Blog de Manuel Saravia

Puntas de alfiler

“Cuando la vida te da las gracias. Se produce entonces una gran complicidad con el azar, que uno siente muy hondo. Es lo que yo llamo la alegría de lo imprevisto. Situaciones ínfimas, como puntas de alfiler. Justo antes no había nada, y justo después ya no hay nada. Por eso es necesario estar siempre preparado”. Qué libro tan bonito, el de fotografías de Willy Ronis (Periférica y Errata, 2021). Se titula Aquel día, y efectivamente se compone de 52 fotografías y otros tantos comentarios que empiezan siempre así: “Aquel día…”. Donde nos cuenta la historia de cada una de ellas.

Manuel Morales, en El País, nos dice al glosar el libro que Ronis “se esforzó en dirigir una mirada amable y humanista a la realidad”. Y desde luego lo consiguió. Sus fotografías no solo son enormemente atractivas por su luz, técnica o composición (“siempre he procurado que mis fotografías estén bien compuestas, como si fuesen un cuadrito costumbrista”). Sino, sobre todo, porque transmiten “una realidad poética”. En ocasiones “señales de la primavera, momento de pura juventud”. Otras veces “la alegría de estar juntos”. Y siempre “el ambiente particular de aquel día” (“seguro que era domingo”, dice en alguna ocasión), “la alegría de la toma”. El alfiler captado.

La verdad es que no se sabe cuál elegir. La de ese muchacho que “bailaba como un dios”, las numerosas del “olor a infancia”, las de esas figuras pequeñísimas, embebidas en el paisaje, el beso de una pareja de enamorados, el bullicio de las calles, las que expresan la “hermosa delicadeza” de algunas personas (como esas vendedoras de patatas fritas que se muestran en la portada del libro). O simplemente escenas de una existencia viva: “Unos cuerpos aparecidos en sueños que no pedían más que estar ahí, los tres juntos, en perfecta armonía, con la vegetación exuberante alrededor”.

Me quedo con la que se titula “Metro en superficie”. Nos dice el autor: “Creo recordar que el sol estaba oculto tras las viviendas. Pero de vez en cuando, a lo largo del trayecto, se abría un espacio entre dos casas y en los puntos donde no había construcciones la luz se volvía más precisa, introducía un elemento melódico”. En un momento dado “el sol iluminó de repente la cara de la joven, de golpe, acentuando esa impresión misteriosa, como de aparición”. Y de esa forma ese mismo sol, “que a intervalos regulares acudía a iluminar su cara, como en un parpadeo”, la transformaba “en una especie de madona medieval”. Puntas de alfiler del tren en superficie.

(Imagen: de las páginas 23-24 del libro, publicada en El País).


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