Blog de Manuel Saravia

El rabillo del ojo

Como sabemos, el cielo nocturno está mucho más poblado de lo que parece a simple vista. Ni siquiera desde Villacarralón, por ejemplo, se puede ver más que un pequeñísimo fragmento del total de las estrellas que están ahí. Distinguimos, como mucho y en un buen día (una buena noche, habría que decir), unas 300. Y solo en nuestra galaxia hay más de 200.000; de manera que el botín es verdaderamente escaso.

Pero si queremos ver algo más no basta con mirar de frente. Contaba Lewis Thomas, en sus Reflexiones nocturnas escuchando la Novena Sinfonía de Mahler (un título sofisticado como pocos), que “hay algunas cosas que los seres humanos solo aciertan a ver por el rabillo del ojo”. Y explicaba divertido el ejemplo de algunas estrellas pequeñas y poco brillantes que, según aseguraba, es “bien conocido por los niños” (a mí no me consta, desde luego). Si se mira directamente a una de esas estrellas, recuerda, “desaparece; mas cuando se mira a una zona cercana del espacio, desplazando la vista, vuelve a aparecer. Si escogemos dos estrellas poco brillantes que estén juntas y nos concentramos en una de ellas, ésta desaparece, y por el rabillo del ojo podemos ver la otra, y así podemos mover los ojos de un lado al otro, haciendo desaparecer la estrella que se encuentra en el centro de nuestra retina mientras hacemos aparecer la otra”.

La verdad es que, con ojos de niño, parece divertido. Es como un “campo visual” de los que hacen los oftalmólogos para analizarte la vista, pero sin la tensión del examen. Por supuesto, Lewis Thomas ofrecía la explicación fisiológica de estos hechos: hay más bastones (las células que utilizamos para la percepción de la luz) en la periferia de nuestra retina y más conos (las células del color) en el centro. Pero lo cierto es que también nos da algunas pistas sobre las formas de mirar, en general. ¿Siempre de frente? Pues no solo, ya que perdemos información y posibilidades. Más aún: el fenómeno que relata se observa también en otros campos de la percepción. Por ejemplo, en el de la música. “No pueden realmente escucharse ciertas secuencias de notas en una fuga de Bach a menos que estén sonando a la vez otras notas, que dominan el ámbito sonoro. El verdadero significado de la música procede de tonos que solo logramos percibir con el rabillo de la mente”. El rabillo de la mente: este hombre es un artista.

Se ha dicho que el presente siglo es y será “el de la imagen” (Giddens, por ejemplo). Y que conviene, por tanto, aprender a ver y a mirar. Un propósito que ya viene de atrás (ahí está el ya viejo Saber ver la arquitectura, que Bruno Zevi publicó en 1948), pero que hoy se ha acentuado extraordinariamente. No hay día en que no se proponga “dar visibilidad” a algún hecho, colectivo, lugar o circunstancia. Y la sociología y otras disciplinas se dedican cada vez más a lo visual. Hay que aprender a ver. Pues por más que saquemos a la luz nuevas estrellas, creo que habrá siempre en nuestro firmamento urbano, en la actividad misma de la ciudad, distintos elementos, tareas o trabajos que por su naturaleza solo se ven lateralmente. Son esas piezas imprescindibles para el funcionamiento del conjunto, pero que nunca entran ni en los planes ni en los organigramas. Que se dan por hechas. Que casi no se ven. Algunas se cuentan dentro del “auxilio administrativo”, pero otras simplemente forman parte de esas actividades de la “anarquía espontánea, el desorden fecundo, las redes informales” que en organizaciones de gran complejidad se necesitan para que las cosas funcionen (Morin).

Acciones que están ahí y se precisan para el curso de la ciudad. Esas luces que no son las más brillantes (los grandes objetivos), ni las más cálidas y felices (la atención intrascendente al momento), pero que forman parte de la sustancia de la vida. Formas de plenitud efímeras. Logros quizá sencillos de tareas quizá también sencillas. Pero enormemente satisfactorios, y que solo se ven con el rabillo del ojo. Actividades para muchos semiescondidas a las que, según creo, alude Handke en esta cita: “Luego, liberado tanto del dios del momento como del de la eternidad, aunque sin aquel afán por quitarles la fuerza a los dos, siguió el periodo de un tercer poder, de un poder meramente del aquí, declaradamente mundano, y éste –qué me importa, helenos, vuestro culto al kairós, vuestra felicidad celestial, cristianos y musulmanes- apostó por algo que estaba en medio de los dos, por el logro de cada una de mis cosas de aquí” (Peter Handke, Ensayo sobre el día logrado).

(Foto de Michael J. Bennett, “Vibrant night sky with lots of stars, beside a tree’s silhouette”, Canadá, 2013. Wikimedia Commons).


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