Blog de Manuel Saravia

Raya en lo milagroso

No es fácil dar con textos adecuados para una ceremonia de boda. Con algunos escritos que acompañen, que puedan citarse en las breves (obligatoriamente breves) palabras finales del oficiante. Todo el mundo debería saberlo, y solidarizarse con él (o ella). Porque en las ceremonias religiosas quizá sea más fácil: ya tienen sus pautas. Pero en una ceremonia civil, sea el juez, el alcalde o el concejal o concejala quien la presida, está complicado.

Pues das con un texto atractivo y se cae porque parece de otro tiempo. Encuentras otro y lo apartas porque quizá pueda molestar por la edad de los contrayentes (cuidado con los textos que dan por hecho la juventud de la pareja). Muchos más resultan inapropiados, de raíz (¿qué hace el oficiante hablando de amor, como un adolescente?). O porque… de qué va un alcalde diciendo lo que somos, lo que queremos, lo que significa lo que hacemos o lo que tenemos que hacer. No es fácil, de verdad.

En fin, ha pasado ante mí uno de esos textos que no se pueden citar. Esta vez porque, aparte de incurrir en alguna de las causas de rechazo antes comentadas, presenta otra dificultad más para admitirlo: habría de ser uno de los contrayentes el que se lo dijera a la otra mitad de la pareja, y no el oficiante, dando unas pistas que nadie le ha pedido. Pero me ha parecido tan majo, tan tranquilo, tan verdadero, que no me resisto a compartirlo en el blog. Es de Hans Magnus Enzensberger, y se recoge en su libro Historia de las nubes. Se titula “Un brindis para los esponsales”, y en la traducción de José Luis Reina Palazón dice así (qué hallazgo el huevo Kinder):

Ese yo, un contenedor que,

En tanto nadie lo abre,

Parece compacto, liso

Como un huevo sorpresa,

Casi apetecible. Solo dentro

Está oscuro. Quién sabe

Lo que te espera.

Ideas fijas probablemente,

Hábitos enmohecidos,

Incomprensibles miedos,

Trucos gastados,

Deseos infantiles.

Que tú quieras tenerlo,

Este embalaje para regalo,

Raya en lo milagroso.

 

 


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