Blog de Manuel Saravia

Sobre el desarraigo, la banalidad, la soledad

¿La ciudad ofrece compañía?

Fíjense en la foto. Es la ciudad de Lvov, en las primeras décadas del pasado siglo. ¿Qué tiene, qué nos sugiere? No mucho. Pero para sus habitantes encerraba “mil significados secretos”. Es lo que tiene el paisaje urbano: que se asume desde dentro, que no puede reducirse a una valoración científica objetiva, Con frecuencia lo vives sin apreciar su función sentimental, pero cuando lo pierdes te invade la sensación de desarraigo. No hay que ser formalmente un desterrado para experimentar el desarraigo. Basta un urbanismo displicente y dispuesto a transformar en poco tiempo toda la ciudad, a ponerla por completo en obras, a eliminar todo signo activo de las últimas décadas, a limpiarla de esas construcciones y paisajes irrelevantes, quizá sólo viejos y anticuados, pero que forman unidad sentimental con la gente que los vivió hace años. No es difícil ser, decíamos, un completo extraño en la ciudad propia.

Hemos traído esta ciudad por referencia al libro de Adam Zagajewski Dos ciudades (Barcelona, El Acantilado, 2006), y el caso que relata. Contaba el autor sólo cuatro meses de edad cuando su familia fue obligada a trasladarse de la ciudad de Lvov, que pasó a formar parte de la URSS, a Gliwice, que acababa de anexionarse Polonia. Era 1945. ¿Qué clase de ciudad era Gliwice? Para los recién llegados era una ciudad hostil. “Insignificante. Industrial. Ajena. Mi madre lloraba al caminar por sus calles”. Los ancianos hablaban “de la ciudad perdida. De las colinas de aquella ciudad (…). La ciudad que habían abandonado era la más bella del mundo” (ver foto). Callejeaban, y miraban con desprecio las flores y los árboles de aquella ciudad. “Sólo importaban los jardines que habían dejado allí, en el este”. Las hojas de los árboles de Lvov “eran eternas, infinitamente verdes e infinitamente vivas, indestructibles y perfectas; se movían con la ligereza y distinción de las aletas del delfín. Su único defecto era la ausencia”.

Hablemos ahora de la soledad. Quien vive la soledad de la vejez desea compañía. No hay excusa para dejar de reclamar al diseño urbano lugares en los que los ancianos se mezclen, bien mezclados, con los demás y los tengan cerca, a la mano. No tratar sólo con otros ancianos. Diseñar lugares, rincones dispersos, plazoletas, donde la figura del otro sea espejo de plenitud. “Esa plenitud a la vez dolorosa (puesto que tan propia como perdida) y exaltante (puesto que rasgo de la humanidad de la que uno protagoniza el necesario crepúsculo) que, en una casa propiamente humana, representarían las generaciones posteriores” (Gómez Pin). Ahí está: hacer de la ciudad una casa propiamente humana.

Fijémonos, por último, en la banalidad. Y recordemos otro libro, esta vez de J. J. Millás: María y Mercedes: Dos relatos sobre el trabajo y la vida familiar (Madrid, Península, 2005). Cuando estas dos mujeres salen a la calle recorren una ciudad cerrada y banal. Sin un solo signo de poética y sin ningún lujo para su mirada. Es Pacios sin cuidado a los que les falta, por decirlo en términos ecológicos, biodiversidad. Es cierto que hay grados en el descuido del espacio urbano. Desde el abandono total del gueto a las bombillas rotas de algunas periferias hay grandes diferencias. Pero incluso en éstas el diseño anodino de las calles, extensivo, genérico, sin detalles y sin tensión, conforma un espacio cerrado y acabado. Todo lo contrario de esa actitud del cuidado continuo, de la atención “permanentemente renovada” que brindan esas mujeres hacia sus casas. “Entro en la primera habitación, que es la de matrimonio, donde la limpieza alcanza un extremo tal que uno se pregunta qué ordena María en realidad cuando ordena su casa”. Pilar cambia algunos muebles de posición con cierta frecuencia y reorganiza el cuarto por completo cuando van a llegar las niñas. La casa de Mercedes, “a fuer de muy vivida resulta acogedora, de tal modo que cuando llevas en ella diez minutos da pereza irse”.

Pues bien: el derecho a la cultura significa, aquí y ahora, para nosotros, hacer frente al desarraigo, a la soledad y a la banalidad. Tres empresas en las que se implica, de una u otra forma el espacio urbano, el cuidado de la ciudad que existe, el acierto de la nueva ciudad, el sentimiento del paisaje. Tal es el objetivo ahora.

(Imagen de la cabecera: Una calle de Lvov, a principios del siglo XX (procedente de danwymanbooks.com


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