Blog de Manuel Saravia

Un espacio social

Un documento de trabajo

Cuelgo en el blog este borrador para ir ganando tiempo, aunque aún no se ha tratado en el Foro para la redacción del Programa. (El texto es demasiado largo, debería reducirse al 60-70%. Pero ya se hará en la versión más avanzada).

En mi opinión, en este capítulo que se refiere al patrimonio y al paisaje, se trata sobre todo del lugar y del tiempo, y en este último, tanto del pasado como del futuro. En consecuencia proponemos, para adecuarse al lugar, un parque que recoja en su seno el paisaje rural; para adecuarse al pasado, un catálogo que amplíe el patrimonio protegido; y para atisbar el futuro, una reconsideración del planeamiento aún no ejecutado, que permita replantear el diseño de los fragmentos de una nueva ciudad, con áreas nuevas insertadas entre las viejas (por ejemplo, en los Talleres de Renfe, Viveros, la Florida y otras), o instaladas junto a ellas (lo que se vaya a desarrollar de las “áreas homogéneas” o los nuevos sectores industriales), en lo que habrá de ser la definición del nuevo paisaje urbano.

¿Cómo organizar este conjunto de objetivos y propuestas de actuación para que atiendan preferentemente a los que se sienten desarraigados, a quienes perdieron el pasado o a los que casi no tienen futuro? Ésa es la cuestión. Proponer una ciudad que ofrezca calor de compañía. Un espacio social que, según creemos, necesita más parque, más catálogo y más proyecto.

1. Un gran parque de retazos, el patchwork verde de Valladolid y su entorno, una gran almazuela

Se trataría aquí, en primer lugar, de conseguir hacer vibrar la intimidad del lugar, especialmente para quienes no pueden viajar, quienes no pueden aprovecharse, cada cierto tiempo, de la intimidad de otros lugares y del lujo del viaje. Aquí ha de estar el centro del mundo. Se plantean los parques en función de la sostenibilidad, pero no es sólo esa la cuestión. Se trata de que respire el lugar, pero tampoco se reduce a ese objetivo. Se trata de que todos podamos sentir la naturaleza, la magia del lugar (notar que ese mismo punto es el mejor lugar del mundo) al lado de casa. Lo que en último término proporciona el parque son esos “placeres sencillos” de que hablaba algún urbanista: tumbarse en el césped, tomar el sol, ver las estrellas, los pies en el agua, sentir la brisa. Decía Claudio Guillén que para los desterrados el sol, los horizontes y las lejanías son sus posesiones, su “patria universal”. Juan Ramón Jiménez entendía que “el mar, lo universal, sol, luna, estrellas, son igualdad, libertad, fraternidad”. Y Cesare Pavese lo confirmaba: “Nada le pertenece a uno salvo las cosas esenciales: el aire, el descanso, el mar, el cielo, y todo lo que tiende hacia la eternidad, o hacia lo que imaginamos de la eternidad”. Tal es el oficio del parque que pretendemos construir.

Es casi obligado que figuren, con bastante espacio (pues son siempre agradecidas) en los programas electorales de todos los partidos, sin excepción, propuestas de desarrollo de un sistema de parques. Asumimos todo. Con frecuencia se trata de propuestas razonables, y como tales las asumimos a gusto. Asumimos lo que proponía el Psoe en 2007 y aún no se ha realizado: una “trama verde que conecte los principales equipamientos”, “completar el cinturón verde de la ciudad con parques olvidados o inacabados”, crear “un gran parque urbano en los terrenos liberados por el soterramiento del ferrocarril”, y otro “en la zona Este de la ciudad, un nuevo Campo Grande”. Asumimos lo que proponía el PP en 2007 y aún no se ha realizado: un plan para completar la Recuperación de las Riberas del Pisuerga, del Esgueva y del Duero”, la ampliación de Canterac, la reforestación y desarrollo de Las Contiendas y de Fuente el Sol, y plantaciones en la ladera sur de Parquesol”. También la consolidación del programa de los Huertos Ecológicos. Insistimos igualmente en otros puntos (aparte de los comentados), que ya dijimos en nuestro programa de 2007, y no se ha realizado: defender los existentes o constituir otros nuevos corredores verdes; reiterar la defensa del proyecto de “anillo verde” formado por de las grandes zonas verdes periurbanas de la ciudad; y “proteger los suelos aún no ocupados y la biodiversidad de los espacios agrarios y pastizales de la zona Sur, o los ecosistemas de la zona Norte”. Entre la trama, las reforestaciones y el anillo, entre todo lo propuesto quedará un parque, o un sistema de parques, magnífico. ¿Pero es bastante?

Creemos que hay que ampliar ahora aún más esa propuesta, hacia fuera y hacia adentro, en superficie y en contenido. Ampliándolo hacia fuera: haciéndola metropolitana, formando un gran parque metropolitano, no sólo del término de Valladolid. Una gran zona verde apoyada inicialmente en las propuestas de las Directrices (Dotvaent), aunque completándolas. Ampliándolo hacia dentro: extendiendo capilarmente el parque hasta muchas más calles y plazas, donde entre en contacto con la vida urbana, con la actividad, con el futuro. Un paisaje de parque que tiene que quedar cercano a toda la ciudadanía. Y diseñándolo de tal forma que en cada punto de sus ramificaciones haya sol, y cada punto prometa horizontes. Ampliándolo también en contenido: considerando no sólo el parque como espacio de ocio o contemplación (que también: proponemos estudiar la posibilidad de un nuevo camping), sino también de actividad. Incorporaremos, en consecuencia, también parques agrícolas, la agricultura periurbana.

Y así formaremos un parque metropolitano. Con los parques urbanos existentes, en Valladolid y los municipios del entorno, los parques forestales, el anillo verde, las vías verdes, los huertos ecológicos, el Plan del Árbol, los estanques de retención y pequeños cursos de agua, las sendas de los pastores, las riberas de los ríos, muchas calles y plazas arboladas, los microparques y los parques agrícolas, un sistema más denso y más completo, cosido como un collage (en francés), como un gran patchwork (en inglés) verde de Valladolid, una gran almazuela (en riojano) que reutiliza los fragmentos de parque existentes, los completa y los cose en un tejido amplio que cubrirá el territorio, caracterizando el paisaje. Luchar así contra la fragmentación cosiendo los fragmentos.

¿Por dónde empezar? Un instrumento: Primero, la definición del parque: un proyecto completo, un gran Plan Verde, como el que tienen tantas ciudades europeas, que implique la moratoria de las áreas homogéneas y establezca las garantías de proximidad a todos los vecinos. Luego, en su programa, ordenar los esfuerzos: empezando por las zonas más densas y menos verdes. Y siempre teniendo en cuenta que lo más importante es la declaración; luego vendrá el plantío; y después, si hubiese caso, la obra. Pero siempre por ese orden.

2. Un catálogo amplio y cálido

Se trata ahora de atender a la intimidad del pasado, especialmente para quienes no se emocionan con los monumentos oficiales, para quienes tienen sus propias referencias. ¿No es extraño que la catalogación y el patrimonio ya no formen parte de los programas electorales? Está asumida una forma de hacer y, salvo excepciones, no se discute. Aquí la vamos a respetar, aunque modificándola, en parte, y ampliándola. Apoyaremos la protección monumental, aunque centrados especialmente en los edificios civiles: así, por ejemplo, la recuperación de los viejos “callejones de oficio” del entorno de la Plaza Mayor, las arcas reales y otros más. Ordenaremos la protección arqueológica (y promoveremos la visita de las bóvedas del Esgueva). Suele relacionarse la protección de monumentos con el turismo, y también, hasta una cierta medida, lo mantendremos. Pero ampliando el foco hasta el alfoz. Muchas de las mejores oportunidades para el turismo de Valladolid están precisamente en los municipios del entorno, y no lo desaprovecharemos. Les viene bien a esos municipios y bien a nosotros.

Pero sobre todo nos centraremos en la recuperación de los objetivos iniciales del catálogo. Por eso promoveremos la redacción de un nuevo catálogo que incluya la “pequeña ciudad”. Un catálogo fundamentalmente político, un instrumento político, no tanto técnico. Porque queremos volver a creer en el catálogo, nos proponemos revitalizarlo, frente a la desidia de los últimos años. Nos centraremos en la “pequeña ciudad” de los menos poderosos. Incluiremos múltiples piezas y elementos (incluso árboles singulares), hasta los usos cuando sea procedente. Apoyaremos la catalogación en la periferia, la arquitectura menor, construcciones modestas. Catalogaremos la piedra, pero también el barro. No leeremos la historia en favor de ciertas posiciones (la iglesia, los palacios). Valoraremos la ciudad existente, la habitual.

Para lo cual, lo primero es conocer qué elementos de ese tipo son apreciados por la gente. De ahí que deba plantearse la redacción haciendo un enorme esfuerzo de participación (sí: de nuevo asoma la participación). Lo segundo, plantear una actitud. Seguir, en principio, la actitud de Constable, el paisajista inglés que apreciaba casi todo lo existente. Todo le gustaba para sus cuadros. Aquí también apreciamos casi todo, y lo aceptamos como es. Nos gustan las medianeras, porque expresan lo que han ido dejando los distintos proyectos de ciudad, que es preferible asumir que renegar (además, podrían aprovecharse como recurso, albergar jardines verticales). Nos gusta dejar los restos históricos como lo que son: ahí está el atrio de la catedral. No queremos trastornar el mercado del Val o los cuarteles de Farnesio. Y también nos gusta el espacio urbano existente: por eso rechazamos actuaciones tan caras, tan innecesarias y tan inconvenientes como la eliminación de las casas junto a la catedral. O la construcción de bloques junto al Pinar (¿hay tanta necesidad de nuevos suelos urbanizables?). Y valoraremos como el que más el patrimonio industrial que nos queda.

En tercer lugar aplicaremos, para la protección de los elementos catalogados, técnicas múltiples y sin fundamentalismos. Por un lado las técnicas legales de la legislación urbanística y cultural, pero también desarrollaremos otras formas de protección diversificadas. Desde las culturales hasta las económicas. Aplicando (ya) la “inspección técnica de edificios”, la posible utilización del Registro de Inmuebles en venta forzosa o el cuidado de las declaraciones de ruina. Admitiendo la posibilidad de ajustes o mejoras, actuando sin fundamentalismos. Limpiando el paisaje urbano (no queremos escombros), pero abriendo los espacios a un uso más libre. Promoviendo mejoras (apoyamos los colores de la rehabilitación de la Rondilla), la instalación de nuevos ascensores en la calle, la sustitución de galerías acristaladas en el casco histórico o el cierre de terrazas. Pero también abrir la posibilidad de otros usos en los monumentos tradicionales.

Y, por supuesto, una actuación necesaria: resolver de una vez ese emblema de la imagen general de la ciudad, de su paisaje: el cerro de San Cristóbal. Se trata de un monumento del que hay que prescindir. Mejor sustituirlo por un rosal.

3. Un proyecto moderno de ciudad

Ahora se trata, en las nuevas áreas, de hacer notar la presencia de un futuro mejor. Especialmente para quienes más necesitan convencerse de que ese futuro que vamos dejando tiene que ser mejor que el tiempo que hemos vivido: más pacífico, más sostenible y, sobre todo, más justo. Y una advertencia previa: lo moderno, lo de nuestro tiempo, no tiene por qué ser lo que se nos dice todos los días, basado en esa tecnología sospechosamente apodada como “inteligente”. Tampoco se trata de hacer nada “ilusionante”, en el sentido en que tantas veces lo oímos decir: ¿quién quiere ilusionarse con un proyecto de obras? Ilusiona la perspectiva de una vida en común, pero no las instalaciones o los muebles de la casa por sí mismos.

¿Cuánto ordenar? Una ciudad totalmente espontánea es posible que, sin estructura y sin orden, acabe diluyéndose por completo. Pero una ciudad totalmente diseñada, casi sin espacio para la espontaneidad, acaba ahogando. El arte de construir ciudades consiste en acertar con las dosis adecuadas de orden y desorden. Defendemos un diseño abierto de la ciudad, no cerrado, no completamente diseñado todo. Con orificios que permiten atisbar otros mundos, otras posibilidades. Pero hoy, es obvio decirlo, nos encontramos mucho más cerca de la ciudad absolutista, organizada casi por completo a la imagen y semejanza del poder de los famosos mercados, que de ninguna otra cosa.

Pero nos rebelamos contra la banalidad de ese futuro urbano que se nos ofrece. Por decirlo de alguna forma, la ciudad proyectada es demasiado banal. Un parque de atracciones, y además aburrido. No podemos conformarnos con tan poco. Proponemos la celebración en Valladolid de un Foro europeo de la Ciudad, para discutir cómo deberían ser los nuevos espacios que tenemos en ciernes, para acentuar su carácter social, su sentido de futuro. No planteamos invitar a un grupo de (empavonados) arquitectos para que nos hagan su propuesta, sino a gente de múltiples ámbitos y profesiones, y ampliamente participativo, abierto a la población de Valladolid, para pensar entre todos cómo esa ciudad futura podría ser más pacífica, sostenible y justa. Un foro que tendría como excusa, como punto de partida, las propuestas de nueva ciudad que aún no se han desarrollado en Valladolid. Desde las nuevas áreas homogéneas aprobadas, hasta el proyecto Rogers de soterramiento. Posteriormente tomaríamos sus conclusiones para ayudarnos a replantear el diseño de los fragmentos de ciudad en una Revisión del Plan General de Ordenación Urbana que ya se ha hecho, desde hace tiempo, absolutamente necesario.

Por de pronto, como aportación inicial a ese Foro, hablaremos de escalas, texturas e identidades. Entendemos que el futuro es de las ciudades y barrios que pueden denominarse ecológicos, que siguen las pautas de las ecociudades (enormemente alejadas del actual diseño de Valladolid). Que se protege de la ocupación y privatización del cielo (el perfil urbano, el skyline, y la visión nocturna de las estrellas: contra la contaminación lumínica), y del subsuelo (basta de agujeros). Que adopta la idea de ciudad horizontal, por ser la más adecuada desde los puntos de vista social, económico, de seguridad y ecológico (recordemos cómo se ha proyectado Masdar City, que se presenta como modelo ecológico). Que para elementos emblemáticos prefiere actuar sobre una pradera que levantar edificios aplastantes, dominantes sobre todos los demás (esos protagonismos son siempre interesados, incluso aunque fuesen públicos). Que entiende que “lo pequeño es hermoso”, y trabajará en defensa de la escala humana, de quien anda, del grano menudo, estableciendo, por ejemplo, un tamaño máximo de parcela. Que no gusta de imágenes contundentes, de actuaciones propias de quienes quieren pasar a la historia como los faraones. Porque importa la discreción. Y permitir la expresión de todos. Especialmente de quienes se sienten oprimidos y no disponen de otros medios de expresión.

Que valora extraordinariamente la mezcla: de usos, de tipos edificatorios, de tipos de vivienda. Que no considera que las tiras de adosados sean un problema, sino su carácter interminable, el paisaje eterno de adosados. Y como valora la mezcla, está en contra de las “ciudades de” (del deporte, la justicia, la comunicación, el cine). Prefiere una ciudad de piezas pequeñas que de grandes piezas. Prefiere distribuir las instalaciones deportivas, judiciales, universitarias, los equipamientos de todo tipo, a construir monumentales “ciudades de esto o aquello”. Primero, porque concentran en exceso, especializan en exceso una zona. Segundo, porque privan a otras zonas de la ciudad de sus ventajas. Tercero, porque siempre conllevan un despilfarro. Ya sabemos que a los constructores les gusta, pero son perjudiciales para la población.

Una ciudad que es extraordinariamente recelosa de los megaproyectos (tan sólo admite uno, y por razones específicas: el soterramiento), se presenta como pantalla blanca. Aunque dispone miradores en sus alrededores, basa su identidad urbana en la discreción. Su identidad es la que le entrega el lugar y la historia, y no la fuerza o la violencia. Ni siquiera contra su suelo o su vuelo.

(Imagen: Un parque junto al sector Campo de Tiro. Foto: MS).


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