Blog de Manuel Saravia

Historia de la vejez

Probablemente una de las expresiones más repetidas, cuando se habla de la vejez, sea la tontada de William Butler Yeats en su poema “Navegando a Bizancio”: “Aquel no es país para viejos”. Y a partir de ahí, con esa sola frase, algunos escritores han montado una argumentación fundada en la difícil vida de las personas mayores. Pero no abandonemos demasiado pronto aquel poema, porque acababa rematando así: “Un hombre de edad no es más que una cosa miserable”. Alegría, que no decaiga. Vaya personaje. Menos mal que también hay quien dice: “Lo malo de la vejez es que dura poco”. Muy bien, Bobbio.

Los datos son concluyentes. Entre 2017 y 2050 se estima que la población mundial con más de 60 años, que ya había crecido más del doble entre 1980 y 2017, pasará de los 962 millones contabilizados en ese 2017 a los 2.100 millones previstos en la segunda fecha. También se espera, en medio de ese mismo proceso, que en 2030 el número de personas de más de 60 años supere por primera vez al de niños menores de 10 años. Son datos del Informe sobre el envejecimiento de la población mundial de Naciones Unidas, de 2019. Y la verdad, si éste no va a ser un planeta para viejos, estamos buenos.

Cuando se habla de los ancianos siempre se recala en algunos lugares comunes. Sobre la autonomía e independencia, o sobre la salud precisa para hacer frente al deterioro físico. Se recuerda que hay que afrontar las dificultades de conectividad social (se dice que los viejos hablan casi siempre de sí mismos), las necesidades de seguridad o cómo hacer frente a la soledad. Cómo reclamar los afectos. Y por supuesto, por qué es tan huidiza la belleza en las personas mayores.

El libro de Georges Minois, Historia de la vejez (París, Fayard), se explaya en este tipo de consideraciones a lo largo de los siglos. Pero, aparte de hacer algunas cuentas y de recordar que la peste negra trató con indulgencia a los ancianos (al contrario que el coronavirus), el libro es solo un fresco de la vejez, sin tesis alguna. Me quedo, por tanto, con unas pocas citas que reflejan un panorama cambiante. Por un lado, algunas de las que hablan de la vejez como un estado satisfactorio. Sófocles (“¡La felicidad completa!”) o Platón (“No es la vejez, sino el humor de la gente” lo que importa). “Siempre he sentido debilidad por la conversación de los ancianos”, decía Gregorio Magno. Y Minois alude al cuadro de Ghirlandaio, “Un viejo y su nieto” (1490), porque recoge “la intensidad emocionante con que se cruzan sus miradas”.

Pero también está cuajado el libro de referencias negativas (muchas más, sin duda). Y si antes hablamos de Platón, vayamos ahora con Aristóteles: “También los ancianos pueden sentir compasión, pero no por las mismas razones que los jóvenes; éstos son piadosos por humanidad, los ancianos por debilidad”. (Efectivamente, Aristóteles también decía simplezas). A François Villon, que vivió en el siglo XIV, le asaltó muy temprano la obsesión por el envejecimiento, pues a la edad de 30 años ya escribe, pesaroso, sobre su “entrada en la vejez”. Y Eustache Deschamps considera que en la vejez “todo va mal”, zanjando: “la decadencia del alma y el cuerpo, ridícula insipidez”. Insipidez y ridícula. Madre mía.

Este último sentir se combate en nuestros tiempos, como contraste, con la voluntad del “envejecimiento activo”, que lo contradice. Las edades se alargan (“los 70 son los nuevos 40”: Mary Beard). Y el envejecimiento activo lo define la Organización Mundial de la Salud como el “proceso por el que se optimizan las oportunidades de bienestar físico, social y mental durante toda la vida, con el objetivo de ampliar la esperanza de vida saludable, la productividad y la calidad de vida en la vejez”. También productividad: atención, CVE.

Pero en general late con frecuencia una idea de fondo insoportable. Pues llegada una edad, para algunos ya es suficiente. Algo así como si se hubiese gastado la cartilla de racionamiento o el bonobús. Ya has vivido suficiente, parecen decir. “Cuántas veces, tras haber escuchado que la fallecida tenía 90 años, se nos ha cruzado por la mente el pensamiento mezquino de que esa mujer ya vivió una vida plena”. Elvira Lindo da en el clavo. Pues pensar así supone una enorme injusticia con todas las generaciones que han sido educadas, que hemos sido educados, para ser inmortales. Y, peor aún, despreciar, de algún modo, su vida presente.

Pero lo más brutal que se ha escrito sobre la vejez lo dijo Simone de Beauvoir. Entendiendo que en nuestra sociedad se considera a las personas mayores, tantas veces, “un estorbo social”, De Beauvoir concluye: “Es la vejez, en lugar de la muerte, lo que debe ponerse en contraste con la vida. La vejez es la parodia de la vida, mientras que la muerte transforma la vida en destino”. ¿No es un pensamiento de extrema brutalidad? ¿La parodia de la vida? ¿Cómo se puede decir algo así? Todo lo contrario, Simone. No hace falta celebrar la vejez. Basta con asumir el empecinamiento de quienes quieren vivir su vida, cada día, a cualquier edad. Basta con algo tan sencillo.

(Imagen del encabezamiento, la premio Nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini a sus 103 años, cuando dijo: “Mi cuerpo se arruga, pero no mi mente”).

 


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