Blog de Manuel Saravia

Los pequeños futuros

Del librito de John Berger titulado Páginas de la herida entresaco dos breves textos que aluden a dos oficinas de correos. Una enorme, otra diminuta. La relación entre ambas es la destinataria de los envíos (“tú”). Pero en los dos casos el asunto es el tiempo. Permítanme que los relate.

  1. “Cuando vi tu letra en el sobre que tenía en la mano la mujer de la ventanilla, oí tu voz. Oírla no era lo mismo que recordarla. Recordar es convocar el pasado. Allí, en la oficina central de correos, con su suelo imitando mármol que amplificaba el sonido de cada pisada, el arrastrar de los pies, era a mí a quien llamaban (…). En aquella oficina de correos pronunciaste el nombre que habías escrito en el sobre; lo que oí, sin embargo, no fueron las dos palabras, sino tu voz (…). Posiblemente no tuvo que viajar mucho: la distancia entre tu voz y mi oído era infinitesimal”.
  1. A la oficina de correos de Auxonne solo acudió el autor un par de veces. La primera, “para enviarte un paquete; mientras la funcionaria lo pesaba en la báscula, me imaginé tus manos abriéndolo (…). En todos los paquetes hechos por uno mismo hay un mensaje que no pesa: los dedos del destinatario desatarán el cordel atado por el remitente. En la oficina de correos vi con los ojos de la mente cómo tus dedos deshacían el nudo que yo había hecho en Auxonne”.

Al cabo de unos días volvió a la misma oficina, “esta vez para echarte una carta. Recordé el día en que te había enviado el paquete y tuve un sentimiento de pérdida, como una punzada. Pero, ¿qué había perdido? El paquete había llegado sano y salvo a su destino. Tú habías hecho una sopa con las remolachas. Y la botella de azahar la habías puesto en su estante en el armario, encima de tu ropa. Todo lo que se había perdido era el pequeño futuro del paquete”.

Y concluye Berger: “Cuando lloramos la muerte de alguien, lo que lamentamos es la pérdida de sus esperanzas”. Buff. “Era como si el hombre-con-el-paquete hubiera muerto; ya no tenía nada que esperar”. Pero algo queda: “El hombre-con-la-carta había ocupado su puesto”. Larga vida a las oficinas de correos.

 

 


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