Blog de Manuel Saravia

Susana Solano visita Valladolid

Es una de las mejores artistas (Premio Nacional de Artes Plásticas de 1988, con obra en el MoMa de Nueva York, por ejemplo); aunque no lo suficientemente conocida. Es una suerte que esté aquí. Desde ayer se expone una serie de esculturas y dibujos suyos en el Herreriano de Valladolid, donde tres de sus obras jóvenes forman parte de la colección que se guarda en el museo (en la “Colección de Arte Contemporáneo”). Y está bien recorrer las cinco salas en que se muestra el trabajo, porque sirven para «reverdecer» lo que se guarda de ella en esa colección, pero sobre todo porque nos pone una vez más de frente a la creación escultórica (hay que denominarla así, aunque ese término no le guste a la autora) más actual, con sus éxitos y sus frustraciones.

Algunas de las piezas son emocionantes y fáciles de gustar a primera vista. Inmediatamente. ¿A quién no le seduce la barca de mimbre (o la cesta, o la vaina de un enorme guisante, como prefiramos) que hechiza la capilla de los Fuensaldaña? No hay que saber que se hizo en Madeira con la colaboración de artesanos locales, ni que esa pieza es “parte de su propia existencia”. No hace falta. Resulta preciosa y enamora a primera vista. No nos pidamos más. Porque si subimos a la tercera planta las cosas no son tan inmediatas ni tan fáciles. Ya no hay mimbre (del arroyo) ni ratán (de las palmeras malayas). Sino hierro, yeso o plomo, o paneles de rejillas.

Y sin embargo aquellas piezas también pueden acabar gustando (yo me entiendo). Pueden acabar siendo nuestras. Podemos acabar entendiendo de alguna forma la “tensión” de que nacen (es evidente que hay tensión), del pensamiento no definido que las crea, “que a menudo yace sin lógica”. Podemos entender que viene de un extraño entrecruzamiento de experiencias y sueños. Del “placer de lo indescifrable”. Y que al surgir de ese “arte de no narrar” (como lo define Mª Ángeles Cabré), que consiste en no decir nada que está “en el germen primigenio del arte abstracto”, no podemos esperar “entenderlas”. Son piezas yacentes que se niegan a la representación. Y a fe mía que lo consiguen. Susana Solano ha dicho que “hoy en día hay que darlo todo masticado”, pero según ella “el espectador debe implicarse buscando lo que hay dentro». Y desde luego las salas 3, 4 y 5 nos lo exigen.

Javier Hontoria valora de la artista barcelonesa su «enorme poder de transformación» del espacio (lo resalta también Julio Tovar). Y con Sergio Rubira (subdirector del IVAM y comisario de la exposición) reconoce la «generosidad» de la artista al permitir el acceso a su estudio y el descubrimiento de trabajos relacionados con lo expuesto (especialmente dibujos; y recordemos que el Museo P. Herreriano es, antes que nada, un museo de dibujos). Con todo, e incluso con esos dibujos (que “no son una preparación de los proyectos sino una prospección a aspectos de mi mundo”, mucho más frescos que las piezas finales), las salas de arriba son difíciles. Eso sí: nos permiten imaginarnos a la autora vestida “con un mono de mecánico y, como una autentica experta en el campo de la metalurgia” armada del “soplete, el martillo o una prensa de metal. En el programa Metrópolis ella fue captada en su estudio en plena acción, como si fuese un herrero de la antigüedad” (Fen Mugüerza).

En fin. Que Solano no quiere muchas palabras sobre su obra. “Le dan vértigo y es su silencio quien habla”, nos dice. Peor aún. No esperemos paz alguna. Sus obras proceden de “estar incómoda en la vida”. De intentar “reconstruir aquello que no entiendes. De ahí sale algo, aunque este relato nunca se resuelve». Obviemos, por tanto, toda pretensión de “entender” con argumentos su obra. Quiere (digámoslo una vez más) que, como espectadores, trabajemos. Nos invita a tomar tiempo, a meditar. A asumir “que la obra de arte mantiene un resto indescifrable, un halo de misterio, una sugerencia para continuar el viaje”. Porque, insiste, “el arte debe conservar la ambigüedad, porque si uno, además de crear la obra, da pistas, no deja al espectador hacer ningún esfuerzo. Por eso me interesa la ambigüedad; prefiero mantenerla”. No te lo perdonaremos nunca, Susana.

(Imagen: Susana Solano en la sala 9 del Patio Herreriano, el pasado viernes. Foto de J. M. Lostau, publicada en el Diario de Valladolid)


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