Blog de Manuel Saravia

Si te tratan como un perfecto idiota te comportarás como tal

En el curiosísimo libro de Ha-Joon Chang titulado 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo (Debate, 2012) encontramos este capítulo: “Si piensas lo peor de los demás, te darán lo peor”. Está fenomenal y me voy a permitir resumirlo. Tiene seis apartados.

Veamos primero “lo que te cuentan”: Que Adam Smith tenía razón cuando decía que “no de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al propio interés es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento”. Pero advirtamos ahora “lo que no te cuentan”: Que aun siendo el interés personal uno de los rasgos más marcados de la mayoría de la gente, “no es lo único que nos impulsa. En muchos casos ni siquiera es nuestra principal motivación”.

Ha-Joon Chang nos indica luego “cómo (no) gestionar una empresa”. Relata un debate en Japón con economistas del Banco Mundial, en el que un directivo de la enorme acería Kobe Steel espetó: “Ustedes, los economistas, no entienden cómo funciona la realidad (…). No se puede dirigir una organización grande con la premisa de que todo el mundo va a la suya”. Y recuerda a aquellos “carniceros y panaderos egoístas” de que hablaba Smith. El egoísmo hará, según dicen los defensores de la “economía de libre mercado” que los tenderos intenten cobrarte demasiado o que los empleados procuren escaquearse del trabajo. También que los cargos públicos intenten, sin más, aumentar su poder y su riqueza en detrimento del bienestar del país.

Pero el autor rebate esos planteamientos. “Ángeles no seremos, pero…” Es verdad, reconoce, que a todos nos ha timado algún comerciante sin escrúpulos. Y que “conocemos a demasiados políticos corruptos y funcionarios holgazanes para creer que todos los funcionarios estén exclusivamente al servicio de los ciudadanos. La mayoría, en la que me incluyo, se ha escaqueado alguna vez del trabajo (…). Todo eso es verdad, pero también hay muchos datos (sistemáticos, no meras anécdotas) que indican que el interés personal no es la única motivación humana con peso en nuestra vida”. Es una de las más importantes, pero nos impulsan “muchos otros motivos (la honradez, el respeto a sí mismo, el altruismo, el amor, la compasión, la fe, el sentido del deber, la solidaridad, la lealtad, el civismo, el patriotismo y un largo etcétera) que a veces son todavía más importantes que el interés como motores de nuestra conducta”.

El capítulo concluye con esta pregunta: ¿Es la conducta moral una ilusión óptica? “El mundo está lleno de conductas morales que desmienten los supuestos de los economistas defensores del libre mercado, que suelen atribuir esas conductas a simples ‘ilusiones ópticas’ (…). Muchos actuamos honradamente incluso cuando no estamos sujetos a mecanismos ocultos de castigo y recompensa”. La moralidad no es una ilusión óptica. “Cuando la gente adopta conductas no egoístas (no timar a sus clientes, trabajar mucho aunque no les vea nadie o sea un funcionario mal pagado que no se deja sobornar), en muchos casos, si no en todos, es porque creen sinceramente que es lo que hay que hacer”.

Eso es lo que nos dice el profesor coreano de Cambridge, autor del libro de las 23 cosas. Pero hay otra vertiente de la confianza en el buen comportamiento de la gente. Pues no solo es útil fiarse porque la moralidad existe, sino que también resulta beneficiosa esa confianza al prever el funcionamiento más o menos automático, o sin pensar, de algunas situaciones complejas. Valgan como ejemplo las propuestas de hace unos pocos años del ingeniero holandés del tráfico Hans Monderman.

Proponía este hombre cambiar el planteamiento del espacio urbano de forma que, donde lo habitual es distribuirlo entre peatones, ciclistas, coches, autobuses, etc., y poblarlo de señales, construir una plaza lisa, simplemente pavimentada. Y que en ella desaparezcan las segregaciones (la distinción de aceras y calzadas, por medio de los bordillos), la señalización (semáforos y señalización vertical y horizontal) e incluso los elementos defensivos de “pacificación del tráfico”. En su lugar, una plataforma de adoquines, con varios colores, y poco más. Un orden que se basa en lo que definieron como “apaciguamiento psicológico” del tránsito.

Se cuenta que Monderman había dicho en una ocasión, a la vista del diseño habitual del espacio urbano de la movilidad, lo siguiente: “Le tratan a uno como si fuera un perfecto idiota. Y si te consideran un perfecto idiota, te comportarás como tal». En efecto; el concepto básico es el de “negociar el comportamiento” (designing for negotiation), que implica a todos los usuarios de la calle. Según Monderman, al dejar libres los cruces todos los implicados prestarán más atención y habrá menos accidentes. O de haberlos, serán menos graves. Pues con esta fórmula se busca eficacia y seguridad. Y un mejor paisaje, al desaparecer toda la parafernalia del tráfico, que ha colonizado intensamente las ciudades. Las líneas, signos y señales son sustituidos por elementos de diseño, que animan a negociar el movimiento directamente con los otros. ¿Quién tiene prioridad en los cruces? Nadie. Hay que usar la cabeza en cada caso.

Es cierto. El propio Monderman cruzaba alegremente en esos cruces para que se viese cómo se detenían los vehículos que llegaban, sin malos gestos, acomodándose a su paso (un comportamiento semejante al de las calles peatonales, a la hora de carga y descarga). Y cuando cruzaba lentamente una mujer mayor (los ancianos son generalmente martirizados por los tiempos de los semáforos) los vehículos la dejaban pasar, porque “los seres humanos son amables”. Al parecer, decía, hay un 15% de conductores que no se comportará correctamente, pero también lo hacen en los cruces semaforizados. Una propuesta que se ha utilizado con gran éxito en cruces utilizados por más de 20.000 vehículos/día. ¿No merece la pena confiar un poco más en la gente?

(Imagen: un cruce “compartido” en Drachten, Holanda)

 


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