Blog de Manuel Saravia

Un beso de cine

Con cierta recurrencia se habla de lo bueno que sería para Valladolid contar con un museo del cine. Es una magnífica idea. Porque pocas manifestaciones culturales son, hoy en día, tan magnéticas como el cine y todo lo que le rodea. Además, Valladolid es una ciudad cinematográfica de primer orden, y con seguridad se volcaría en el proyecto.

Estando el debate abierto, se han dado algunas vueltas a posibles contenidos y distintas ubicaciones. Y para alimentarlo pueden recorrerse en la red distintos museos del cine que existen por ahí, revisando sus dimensiones y características. Hay de todo, es cierto. Por supuesto, todos cuentan con varias salas para la exhibición de películas de interés. Muchos son instalaciones de aficionados al cine que albergan colecciones de películas y artefactos de los viejos cinematógrafos. Lo cual está muy bien, sin duda. Pero queda lejos del museo que siempre se ha pensado para Valladolid.

Porque aquí se ha hablado de llevar a cabo un museo más exigente. Al nivel, por ejemplo, del nuevo Museo del Cine de Amsterdam. Que cuenta con un amplio espacio de exposición permanente sobre la historia del cine; exposiciones temporales con presentaciones multimedia e interactivas; un gran auditorio y hasta 7 salas (decorada alguna con los asientos de un cine de hace más de un siglo); junto a una cinemateca, restaurante, tienda, archivos.

Pero además en el Museo del cine de Amsterdam han tenido la ocurrencia de sobretitularlo Eye (Ojo); pensando que el cine es un arte visual y, como tal, del dominio del ojo, de la vista. Qué confundidos están. Cualquier niño o niña sabe que el cine es mucho más que esas secuencias de imágenes en movimiento. Sin embargo, puede estar bien buscar un símbolo o un nombre que expresen sintéticamente el contenido del museo. ¿Cuál habría de valer aquí, en Valladolid? ¿Qué imagen y qué palabra podrían acoger la idea misma del cine, el tren de sentimientos que pone en marcha?

Creo que lo tenemos fácil. Pues ahí está la Seminci y su herencia de tantos años. Con esa acertadísimo logotipo del festival: esa huella de unos labios rojos que dibujó Sierra sobre un fotograma para el cartel de 1984, y que desde entonces es inseparable de la muestra. Siguiendo su estela podría pensarse en un museo enormemente abierto, con cuatro puertas hacia los cuatro puntos cardinales, que de alguna forma (incluso tomando como referencia los poemas visuales de Brossa en Horta, Barcelona; o con soluciones muchísimo más discretas) incorporasen las cuatro letras representativas de esas cuatro direcciones… con algún leve ajuste. Una puerta mirando al este, hacia el sol naciente (E). Otra al sur (S). Otra más al oeste, con la vista en el mar lejano, en el poniente (O). Y otra más, por último, al norte: un hueco abierto al espacio Boreal (B).

Leamos el conjunto, desde arriba y siguiendo el movimiento de las manecillas del reloj: Beso. Las cuatro letras de esa imagen que mueve a la Seminci desde hace ya tantos años, y que puede entenderse como el alma del arte cinematográfico. Es una cosa simple, lo sé. Pero creo que puede tener su gracia. Y así, por seguir con el museo que hemos tomado de referencia, podríamos ver a un lado el EYE– Musée du Film à Amsterdam. Y por otro: BESO – Museo del Cine de Valladolid.

 


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