Blog de Manuel Saravia

Una señora de Malasaña

Si hemos de creer a Alberto Garzón y Pablo Iglesias (y en este punto ya habrá quien deje de leer el post) el fondo del debate de ayer de investidura consistía en el enfrentamiento del programa de gobierno de la Coalición Progresista con las fuerzas reaccionarias. “Ustedes antes que españoles son reaccionarios”, dijo Iglesias en un momento de la sesión. Y en esa línea, por ver hasta qué punto es cierta esa afirmación, podríamos intentar contrastar lo que se dijo ayer en el Congreso con las características de la “mente reaccionaria” que expone Corey Robin en su estudio sobre el conservadurismo (La mente reaccionaria. El conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump, Madrid, 2019).

Según esta posición, el debate no sería tanto por Cataluña como por las características y programa del gobierno de España. Y debería verse, ante todo, en términos de izquierda y derecha (del “lado derecho”, como dice Robin). Pues el programa de la Coalición citado (aunque siempre habrá a quien le parezca de escaso fuste) es inequívocamente de izquierdas. Y la confrontación sería, según esta lectura, fundamentalmente por los privilegios; donde Cataluña serviría de coartada para el enfrentamiento. De hecho, el portavoz de ERC atribuyó ayer la crisis de Cataluña a factores económicos más que al procés: «Son los desahucios, no las urnas», dijo en su intervención. Y continuó: «El peor eslogan de la historia es ‘España nos roba’. Es mentira. A mí no me roba una señora de Malasaña que cobra la misma pensión que mi abuela. A mí me roban Rato, Bárcenas, Pujol y Millet. Y me da igual la bandera que tengan».

Vivimos en estos últimos años, sin ninguna duda, en nuestro país y en todo el mundo, la apertura de una nueva ronda de políticas emancipatorias. Un nuevo momento en el que “los subordinados discuten su destino. Protestan por sus condiciones, escriben cartas y peticiones, se unen a movimientos y plantean exigencias. Sus objetivos pueden ser mínimos y discretos (…), pero al plantearlos elevan el espectro de un cambio más fundamental en el poder. Dejan de ser sirvientes o suplicantes para convertirse en agentes que hablan y actúan en su propio nombre” (Robin).

Frente a las nuevas demandas sociales, y especialmente frente a las mareas feminista y medioambiental, los partidos del lado derecho (intercambiándose casi al pie de la letra sus análisis, críticas e insultos: PP, Vox y C´s) han hecho sonar las trompetas del Apocalipsis. Y todo el mundo es consciente de que, en efecto, las presiones mediáticas y las que se verán desde los ámbitos económicos van a ser intensísimas.

Éstas son, como decía, las emancipaciones en marcha en el programa citado, tanto las formuladas como “derechos arrebatados”, como las planteadas como “creación de otros nuevos derechos”. Por supuesto, están ahí las ya enunciadas de la emancipación de la mujer (políticas feministas) y del medio ambiente (donde interesa especialmente la dimensión social de los efectos del calentamiento del planeta, de quienes más lo sufren o sufrirán). Pero también las relacionadas con el derecho a la vivienda (alquiler, viviendas vacías, grandes tenedores), las políticas distributivas (política fiscal y de garantías sobre las pensiones), los derechos laborales, el derecho a un mínimo “ingreso vital”, las propuestas sobre “deslocalizaciones» de empresas o contra los “cárteles de la contratación”, el impulso de la memoria histórica, la promoción de la movilidad sostenible, propuestas sobre el poder de las empresas de energía, la revisión de los bienes inmatriculados abusivamente por la Iglesia, o la derogación de las leyes “mordaza” (por la libertad de expresión) o “Montoro” (en beneficio de las corporaciones bancarias y perjuicio de las administraciones locales).

Esas propuestas de justicia social fueron ayer contestadas por las tres derechas. Que tan pronto hablaban de “anticlericarismo guerracivilista” (Abascal) como de “nefastas políticas económicas” (Arrimadas) o de un “gobierno de pesadilla, el más radical de nuestra historia democrática, con comunistas” (Casado). Insisto: ahí está al fondo del debate. Es verdad que “el conservador actual ha hecho las paces con las emancipaciones del pasado” (podría, por ejemplo, recordarse el comentario que hizo Maroto desde su escaño, reconociendo que con el gobierno del PP nunca habría podido casarse). Pero los nuevos derechos se combaten siempre, hoy como ayer, con la mayor dureza. Aunque luego, cuando ya sea inevitable, se hagan las paces.

Y en ese contexto el tema catalán serviría (continuamos con Robin) para promover un sentimiento de agravio en mucha gente frente a todo el programa, sin distinción, que se vería perteneciendo a “una gran nación entre naciones” que se ve amenazada en su grandeza. Los argumentos subyacentes y las metáforas nacionalistas llevarían a promover “una visión de excelencia establecida desde arriba, en las que las prerrogativas del gobierno se supone que (podrían traer) un elemento de grandeza a un mundo por lo demás anodino e inconsistente”. Aunque, según el cálculo de Garzón, nada menos que un 60% de los diputados estarían acusados de “antiespañolidad” y no tendría mucho sentido decir que la mayoría está en contra de lo que la sustenta. ¿Dónde quedaría la democracia?

Insisto, creo que no nos deberíamos llevar a engaño: el tema es el de los privilegios. El de los derechos, las emancipaciones. Izquierda (igualdad) y derecha (privilegios). Eso es lo que se debatía ayer.

(Imagen: Calle Velarde, Madrid; foto de Francisco Anzola de 2014. Creative Commons)


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